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lunes, 12 de febrero de 2024

El trámite de la vida.

Graptopetalum paraguayense.

Opuntia ficus indica.

Suelo despertarme pronto. Ocasionalmente a las cinco. Con más frecuencia las seis.

Pero no empiezo a esa hora mi actividad diaria.

Estoy en duermevela hasta las siete, que suele ser la hora en la que me aseo, desayuno y me visto, si ese día estoy diligente.

En ese tiempo de duermevela, me ocupo en meditar un poco sobre cosas que no se pueden meditar con luz y ruido.

A las diez y media, puedo estar completamente operativo.

Hasta entonces, he dedicado un tiempo al estudio antes de ponerme a escribir.

El resto del día, estudio y escribo.

No dedico tiempo al ocio, salvo que me obliguen.

El tiempo de duermevela de esta mañana ha sido un poco especial y he visto cómo podía poner en imágenes su fruto.

Lo sintetizo en dos fotografías.

En la que inicia la entrada, se ve la hoja de una planta crasa, ya casi deshidratada, alimentando a un retoño.

Es el principio; color fresco, textura tersa y una vida por delante.

El que esa vida dure mucho o poco, es cuestión de la Providencia.

Así como transcurra, que, en occidente hoy, suele ser sin sustos y con todo, o con mucho.

En síntesis y a grandes rasgos, la vida es privilegio común para todos, con rutina y sin extremos.

Algunos no lo tienen, tan de libro.

Luego, la vida va según cada uno se merece o según los clavos que nos lanza el cielo, asunto que es incierto y aleatorio.

La segunda fotografía señala el fin del proceso; una hoja vieja, descarnada, pero en casos aún con forma.

Esa ha sido la ensoñación de mi duermevela de hoy.

Viejo, enfermo, acabado, pero aún con forma.

Me dicen que no represento la edad que tengo y que no estoy acabado.

¿Qué sabrán los que miran desde fuera, como de acabado está lo de dentro?

Aun así, les agradezco el cumplido.

La vida no es el mundo idealizado de las películas del gran Walt Disney, es el teatro cruel donde los actores van a degüello unos contra otros... siguiendo unas normas de conducta muy definidas y universales…

Con la singularidad de la presencia, en un momento determinado, de un actor invitado que, por ser pariente del amo, tiene el privilegio de incumplir las normas y ponerlo todo, patas para arriba.

La vida es corta, o larga, según la subjetividad de su protagonista,

Pero, en cualquier caso, para no aburrirse o para no hartase, hay que vivirla intensamente, con elemental coherencia, según el orden natural.

Dejándonos de tonterías, …si me ha mordido un bicho, …si se han comido a mi almuerzo …  o …qué malito estoy.

Por cierto, la maldita cacatúa, no ha dejado de chillar desde que me puse a trabajar.

Me recomendaron que leyera el Libro de Job, para amaestrar mi paciencia.

Así hice.

Pero la única conclusión que saco, es que Job no tenía cacatúa.




 

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