Graptopetalum paraguayense. |
Opuntia ficus indica. |
Suelo despertarme pronto. Ocasionalmente a las
cinco. Con más frecuencia las seis.
Pero no empiezo a esa hora mi actividad diaria.
Estoy en duermevela hasta las siete, que suele ser
la hora en la que me aseo, desayuno y me visto, si ese día estoy diligente.
En ese tiempo de duermevela, me ocupo en meditar un
poco sobre cosas que no se pueden meditar con luz y ruido.
A las diez y media, puedo estar completamente
operativo.
Hasta entonces, he dedicado un tiempo al estudio
antes de ponerme a escribir.
El resto del día, estudio y escribo.
No dedico tiempo al ocio, salvo que me obliguen.
El tiempo de duermevela de esta mañana ha sido un
poco especial y he visto cómo podía poner en imágenes su fruto.
Lo sintetizo en dos fotografías.
En la que inicia la entrada, se ve la hoja de una
planta crasa, ya casi deshidratada, alimentando a un retoño.
Es el principio; color fresco, textura tersa y una
vida por delante.
El que esa vida dure mucho o poco, es cuestión de la
Providencia.
Así como transcurra, que, en occidente hoy, suele
ser sin sustos y con todo, o con mucho.
En síntesis y a grandes rasgos, la vida es
privilegio común para todos, con rutina y sin extremos.
Algunos no lo tienen, tan de libro.
Luego, la vida va según cada uno se merece o según
los clavos que nos lanza el cielo, asunto que es incierto y aleatorio.
La segunda fotografía señala el fin del proceso; una
hoja vieja, descarnada, pero en casos aún con forma.
Esa ha sido la ensoñación de mi duermevela de hoy.
Viejo, enfermo, acabado, pero aún con forma.
Me dicen que no represento la edad que tengo y que
no estoy acabado.
¿Qué sabrán los que miran desde fuera, como de
acabado está lo de dentro?
Aun así, les agradezco el cumplido.
La vida no es el mundo idealizado de las películas
del gran Walt Disney, es el teatro cruel donde los actores van a degüello unos
contra otros... siguiendo unas normas de conducta muy definidas y universales…
Con la singularidad de la presencia, en un momento
determinado, de un actor invitado que, por ser pariente del amo, tiene el
privilegio de incumplir las normas y ponerlo todo, patas para arriba.
La vida es corta, o larga, según la subjetividad de su
protagonista,
Pero, en cualquier caso, para no aburrirse o para no
hartase, hay que vivirla intensamente, con elemental coherencia, según el orden
natural.
Dejándonos de tonterías, …si me ha mordido un bicho,
…si se han comido a mi almuerzo … o …qué
malito estoy.
Por cierto, la maldita cacatúa, no ha dejado de
chillar desde que me puse a trabajar.
Me recomendaron que leyera el Libro de Job, para amaestrar
mi paciencia.
Así hice.
Pero la única conclusión que saco, es que Job no
tenía cacatúa.
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