Tiana (Barcelona) romana. |
No busco una sociedad ideal, porque no soy un iluso.
Pero lo que tenemos es tan malo y está tan mal
distribuido, que, sin necesidad de buscar una sociedad ideal, se pueden
encontrar muchas sociedades intermedias, mejores que la que hoy tenemos.
Para mí loca divagación, lo primero que he de hacer
es prescindir de la situación en la que vivo.
Para ello, debo recluirme en mi celda, cerrar la
puerta y hacer oídos sordos a lo que pasa fuera.
No se trata de ignorar las voces de auxilio, si no
de hacer que el ruido inútil quede fuera de mis frecuencias audibles.
Con ello ya habré ganado mucho.
Pero me queda lo principal, que es organizar las
ideas que de forma caótica me invaden el cerebro.
Procuraré empezar por el principio, que es lo más
elemental y coherente.
Vivo en una población dormitorio de Barcelona, que
hace apenas diez años era un paraíso de paz.
Lo venía siendo desde la época romana, en la que las
tierras por su fertilidad daban gozo y el clima era saludable y benigno.
Lo siguen siendo.
Entonces, se daban como premio a los soldados romanos
destacados.
Se formó una comunidad de los mejores.
Pero ha transcurrido el suficiente tiempo como para
que los sucesivos consistorios, que han ido peleando a degüello unos contra
otros, hayan tenido una causa común: Que es la de enriquecerse a través de las
recalificaciones de terrenos y las concesiones, a veces turbias, para la
construcción.
Eso es de libro.
Ha sido y es, una forma directa y desvergonzada de
enriquecer a los partidos políticos y a la vez una forma indirecta y
desvergonzada de enriquecer a sus protagonistas.
El suelo dedicado a tareas agrícolas ha desaparecido
prácticamente y es todo el suelo urbanizable, allanando incluso taludes de la
montaña, que es parque natural, para hacer parcelas edificables.
La paz y el sosiego de este entorno ha desaparecido
como han desaparecido árboles y fauna.
Iba a más, hasta que los bloques de casas, no pueden
cumplir las elementales y mínimas normativas de distancia entre edificios.
Por fuerzas sociales que desconozco y me asombran positivamente,
el ayuntamiento ha cedido a particulares algunas parcelas simbólicas para que
tengan sus propios huertos.
Creo que esos huertos tienen menos futuro que un
caramelo en la puerta de un colegio.
Esa política alocada de construir viviendas, ha
proporcionado techos a familias que los necesitaban.
Naturalmente a familias con la suficiente capacidad
económica para comprar pisos que se ofrecen a precio de oro, a causa del precio
del suelo.
Pero ha sido una compra envenenada, porque el
entorno al que han ido a parar esas familias, es de tal naturaleza, que no es
posible la convivencia social que Homo sapiens necesita, ni el contacto
con la naturaleza.
Porque la necesidad de contacto entre seres humanos
de nuestra época, es la necesidad de siempre, con las características
específicas que cada época ha tenido.
Homo sapiens necesita relacionarse en
espacios abiertos con horizontes diáfanos y naturaleza presente.
No se trata de; hasta donde alcanza la vista es
mío. En absoluto.
Se trata de tener espacios comunes amplios, naturales
y limpios, donde los niños puedan corretear y jugar y los mayores puedan
sentarse a contarse sus batallitas.
Todo eso que parecen tonterías, son lo que da
coherencia a una sociedad moderna o antigua, de una ideología o de otra,
siempre que esas ideologías estén regidas por esa tenue y generosa ley natural.
No es difícil ni técnica ni políticamente, crear un
ámbito de convivencia humana con las características que he esbozado.
Hoy hay tecnología y medios más que suficientes,
para crear ese ambiente.
Siempre los ha habido en la medida de cada época.
Pero lo que no hay hoy es voluntad de crear ese
ambiente.
En otras épocas tampoco ha habido esa voluntad, pero
entonces no se creía en la igualdad de los hombres, con lo que quedaba disimulado
ese factor egoísta, que hace que las normas dibujen un paisaje tan estéril e
inhumano como el de hoy.
Hasta hace dos mil años en que el cristianismo
extendió la idea en que todos los hombres somos iguales en dignidad, se
aceptaba que hubiera pobres y leyes para ricos y leyes diferenciadas para unos
y otros.
Pero esa idea de igualdad tan sugestiva, se extendió
como un reguero de pólvora por todo el mundo civilizado.
Y hoy dos mil años después volvemos a separar al
pobre del rico haciendo leyes para unos y para otros.
Esa discriminación dibuja la sociedad en la que
vivimos, una sociedad, hedonista estrafalaria e injusta.
¿Es esta una consecuencia ineludible del desarrollo
de la tecnología y del aumento de la población?
No. Sin duda, no.
La tecnología no solo no es un potenciador del
desastre de sociedad que se está formando, sino que es un coadyuvante para
vivir una sociedad más integrada en la naturaleza.
Y el incremento de la población no solo no provoca
problemas de empleo y alimentación, sino que es un regalo de la naturaleza para
mantener y actualizar un genoma que corre el riesgo de envejecer y quedar anquilosado.
Cada ser que nace lo hace con disposiciones
intelectuales superiores a las de sus ancestros.
Es esa una riqueza genética que no se puede
despreciar porque en ella está la clave del futuro del Homo sapiens.
De cómo podemos ir encauzando desde hoy mismo ese
futuro en que hombre y naturaleza sigan de la mano, lo esbozaremos otro día.
Que por hoy ya he dicho mucho y he ordenar mis
pobres ideas.
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