Ópalo noble. Oregón. Estados Unidos. 4,5 cm. |
Cuando tenía diecisiete años, año más, año menos,
cometí el error de leer a Schopenhauer.
No es que fuera un mal filósofo, al contrario, fue un
filósofo excelente, capaz de traspasar su pesimismo al lector.
Me afectó mucho.
En la misma época leí las desventuras del joven Werther,
obra que causó en su día una ola de suicidios en Europa.
Goethe no me afectó en absoluto.
Lo que no hizo Schopenhauer.
En algún punto, este autor dice que las piedras
tienen sensibilidad.
No recuerdo si estas son sus palabras, pero desde
luego si es el sentido de lo que leí.
Creo recordar en cuál de sus obras di con este pensamiento y me hubiera gustado traerte la cita concreta, pero no estoy en condiciones anímicas de sumergirme de nuevo en Schopenhauer para encontrarla.
No te sabría rebatir esa afirmación, aunque podría marear la perdiz recurriendo a la
física cuántica, esa disciplina de moda, de la que muchos hablan y pocos
conocen.
No quiero marear la perdiz, no sea que los
descerebrados animalistas me pongan una querella por maltrato animal.
Pero tengo algo que decir sobre las piedras y sus
propiedades, que no creo que induzca a nadie a pensar que soy un loco o un
excéntrico.
Hay minerales, como el cuarzo, que tienen
propiedades piezoeléctricas.
Es decir, propiedades que se pueden medir y que
tienen funciones prácticas en la vida cotidiana.
Pero de ahí a que afecten al hombre de forma
positiva o negativa hay distancia. Mucha ha de ser la electricidad, para
afectar al cerebro humano que vive inmerso en un caos de radiaciones
ionizantes.
No creo que llevar un trozo de cuarzo en el bolsillo
afecte a la vida de nadie.
Otros minerales son radiactivos. Esos sí pueden afectar a la vida de un hombre si los lleva en el bolsillo,
Hay más.
Puedo defender el efecto de los minerales sobre
la persona, si consideramos otro aspecto.
Si miro con detenimiento y a conciencia una turquesa
o un ópalo, por ejemplo, su textura y color me pueden transmitir una notable sensación
de bienestar.
No sé si es esa exactamente una propiedad del
mineral, o es una propiedad de mi persona.
Pero el efecto es real.
No con todas las turquesas ni todos los ópalos, sino
determinados ejemplares que muestren los aspectos necesarios para causarme esa
sensación.
Lo mismo me ocurre con algunos otros minerales.
Muy pocos, contados.
Esto me permite afirmar que no se debe frivolizar
con las propiedades terapéuticas de los minerales.
Pues en esa relación presuntamente terapéutica hay
dos partes, una discutible en cuanto a su sensibilidad, la del mineral y otra
indiscutible, la del observador.
Dudo que las propiedades piezoeléctricas del cuarzo,
puedan afectar a mi salud en bien o en mal.
Pero es evidente que algunos minerales sí lo pueden
hacer, aunque sea solo como objetos pasivos.
Aquí traigo uno de los que he citado, aunque la
foto de un mal fotógrafo no sirve para mostrar lo que aquí comento.
Es sólo para hacerse una idea.
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