En un determinado momento, se me acercó Carlos R., director de una prestigiosa academia de náutica deportiva.
Su empresa gestionaba
una buena parte del aprendizaje de esa disciplina en Cataluña, vamos que era
una academia puntera.
Imagino que el interés de Carlos sería mi situación
en la administración.
Comimos juntos unas pocas veces, que no fueron más porque siempre, por una circunstancia o por otra, acababa pagando un servidor.
Carlos, presentaba algunas veces excusas verdaderamente chistosas, como …se me ha olvidado la cartera.
Cuando adquirió la suficiente confianza, me ofrecido
el local social del puerto de Premiá de Mar, para crear una pequeña exposición
sobre la vida del mar.
Había allí mucha actividad juvenil para el
aprendizaje de vela y otras disciplinas del mar.
El local era simpático porque emulaba la torre de un
faro y estaba situado dentro del puerto.
Carlos me dijo que él formaba parte de la junta
directiva y que estaban interesados en el proyecto que me sugería.
Un servidor, siempre estaba dispuesto a aceptar tareas
filantrópicas que acercaran a los jóvenes al mar, por lo que acepté.
Mi criterio era y es, que del conocimiento nace el
amor, por lo que conocer el mar debe llevar a amarlo.
Con el tiempo he visto que eso no es cierto o que es
cierto a medias, porque por encima del conocimiento de lo amado, está el amor a
uno mismo; el egoísmo.
En fin, que me desplacé un par de veces con el tal
Carlos a Premiá.
Me enseñó y explicó el destino que iba a tener el
edificio y el espacio del que disponía.
A partir de ahí le hice las cuatro líneas que me pidió
para apoyar su idea frente a la junta directiva.
O mi trabajo no fue el adecuado, o su postura en el
puerto de Premiá, no era la que él decía, o a esa junta le traía completamente
sin cuidado el tema de la cultura.
El asunto es que pasó el tiempo y no volví a tener
noticias ni de Carlos ni de Premiá ni de nada relacionado con ellos.
Con el tiempo, he pensado que lo que pretendía
Carlos era obtener una subvención pública a través de mí.
¡Lo tenía claro!
Siempre he sido un perro.
Perro fiel para mis amigos.
Perro mastín cancerbero, del dinero público del que
se me encomendaba su custodia.
Luego me he encontrado en algún salón náutico a su
simpática hija, pero nunca, por deferencia le he dejado caer el tema.
La cuestión positiva de todo esto para mí, es que
Carlos ha dejado de comer a mi costa.
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