Estoy en el puerto escribiendo en
la bañera de la barca. Sopla una brisa de levante muy agradable.
Por el pantalán ha pasado una
pareja alegre cargada de avituallamientos. En circunstancias normales pensaría
que son navegantes preparándose para partir, pero aquí son inquilinos de uno de
los muchos barcos patera que amarran en
el puerto.
Son viviendas económicas y
románticas. Está bien, pero a veces esas personas no conocen el código de los
navegantes y organizan escándalos en los barcos con música excesivamente alta y
gritos. En ocasiones también se equipan con bañadores extremos qué ningún
navegante se pondría.
He venido con intención de
navegar un poco, pero quién me ha traído se ha ocupado de calentarme la cabeza
y he llegado peor de cómo salí. No me parece prudente ponerme a navegar y me
conformo con soñar.
Sueño con el islote de es Vedrá, en
Ibiza.
Me recuerda a mi barco escuela Cris
1. Añoro con volver en mi barca. No es un sueño imposible o
desquiciado, sino totalmente viable incluso en mis condiciones.
Pero me pesa el lastre que me
desalienta y desanima. Los gritos, la bilis pueden con mi cerebro y lo
desbordan.
Hace poco hablé con José de Es
Vedrá. ¡Él también lo conocía y había buceado allí! ¡Cómo es la vida!, dos
personas pueden explicar sus experiencias de un lugar perdido, que coinciden y que
han visitado con muchos años de diferencia.
Me siento amodorrado. En el mar la tensión arterial baja. La mía debe estar por los suelos. Además no he comido. Me siento ir, pero me gusta, no quiero comer, me gusta está sensación.
Bajo al camarote y me echo. Encuentro la
postura echado y sigo pensando en Es Vedrá… Creo que me he dormido...
… No sé cuánto tiempo ha pasado.
Una pareja pasa por el pantalán y
me saca de mi letargo. Hablan alegres. Tendrán sus problemas pero aquí están
alegres.
Estoy demasiado postrado. Decido
comer pan con un trozo de queso y agua fresca, que reconforta mucho.
Vuelvo a escribir y a disfrutar
del ambiente. Un niño llora en un barco del pantalán de enfrente. Son las 14:33,
33 la edad de Cristo. Sigo con modorra.
Bajo y me vuelvo a echar, ahora es la
siesta.
Ha pasado un día.
Estoy de nuevo en la bañera del barco.
Hoy el cielo está de luto y llueve a
raudales. Llevo días inapetente y como no tengo a nadie que me incordie no he
comido casi nada en esos días.
Hoy estoy demasiado postrado y he
decidido comer algo. Cojo pan de la despensa y de la nevera agua y queso. El
queso está mejor a temperatura ambiente, pero este viejo de oveja se pone duro
en la nevera y me gusta así.
Son las 12:33. ¿Qué tengo con el
33?
El agua de lluvia suena en la
toldilla y marca la superficie lisa del puerto con puntitos ruidosos. El día
triste y la lluvia no pueden impedir que disfrute del refrigerio ¡Qué rica está
el agua fresca y el queso viejo!
En un mundo sofisticado de gente sin horizonte se ha vencido el gusto por los ancestrales y sencillos placeres que nos ofrece la Naturaleza.
Me dirás que sin la nevera no tendría agua fresca
¿En un día como hoy?, ! quia!
En pleno verano meto las botellas
en una malla y las sumerjo en el agua de mar; el contraste al beberla da el
mismo placer que si fuera de nevera y es más sano para los dientes y el cuerpo
en general. Cambiar condumio por refrigerio
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