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martes, 8 de abril de 2025

¿Quieres ser biólogo o sabes lo que es ese oficio?

 

Dedico esta entrada a una sociedad en crisis existencial.


Desde siempre me ha gustado la historia natural, lo digo y discurro sobre ello en alguno de los libros que anuncio en el blog.

Pero cuando llegó la hora de elegir carrera le planteé a mi padre mi interés de estudiar biología. Con buenas palabras, pues mi padre era hombre muy correcto, me dijo que andaba herrado. Me dejó claro, argumentándomelo, que la biología tenía pocas salidas profesionales y que poco menos me metía en un callejón sin salida. Me recomendó estudiar economía o derecho, que tenían un espectro profesional más amplio. Además, las consideraba mejor adecuadas a mi perfil personal e intelectual.

Fiel hijo, opté por la economía, aunque una vez acabada la carrera de ciencias políticas económicas y comerciales, que es como se llamaban entonces esos estudios con una duración de cinco años y dos de doctorado, me di cuenta de que, en realidad, tenía más interés y vocación por el derecho. Oposité y obtuve una plaza de técnico superior de economía en la administración local, lo que me permitió ganarme las lentejas, pero no satisfacer mi vocación (a lo largo de mi vida me he planteado en varias ocasiones si no me hubiera realizado más profesionalmente ejerciendo el derecho).

Transcurrió un año, entre el fin de mi licenciatura en economía y la oposición, tiempo en el que estuve recluido en una habitación de casa, estudiando temas que no tenían nada que ver con la biología pero que, aun así, satisfacían a mi inagotable e indiscriminada sed de conocimiento; incluso leo con atención y aprovechamiento, los prospectos de los medicamentos que me prescriben a mi o a alguien cercano. Nunca me ha molestado estudiar.

Pero claro la cabra tira al monte y una vez que obtuve la plaza como economista, me planté estudiar biología.

Aquí viene una observación que puede ser provechosa para quien quiera hacer lo que yo hice. Y es que una vez que uno tiene las necesidades vitales cubiertas, no pone el mismo interés en las cosas, que cuando las hace para poder comer.

Empecé biológicas matriculándome en las asignaturas que me interesaban y dejando las que tenían al frente verdaderas momias. Había asignaturas con catedráticos magníficos y con catedráticos petardo (entonces la universidad era muy endogámica y creo que lo sigue siendo). Elegí las de los magníficos. Si me acuerdo, hablaré otro día de ese tema. Si no lo hago me lo puedes recordar.

Al tiempo me podía permitir el asistir a seminarios que me interesaban pero que no eran necesarios para obtener la titulación académica; recuerdo un seminario que impartía el Dr. Margalef Sr., de reconocido prestigio internacional en el tema de la ecología. Este seminario me abrió los ojos en distinguir entre el saber saber y el saber transmitir, es decir, entre el conocimiento y la capacidad docente. No sé si hoy, que la universidad es tan cara, se pueden cometer esos excesos de asistencia. Entonces se había total libertad para entrar en cualquier aula.

También me pude permitir el enfrentarme a la institución en el tema de las prácticas de vivisecciones inútiles para aprender cosas innecesarias. Por ejemplo, mientras estudiábamos en la teoría a los protozoos, en las prácticas nos obligaban a abrir ranas vivas. No abrí ninguna, por lo que tuve problemas con la asignatura. No sé si seguirán con ese método pedagógico absurdo y cruento.

También replicaba los profesores con absoluta libertad cuando decían cosas grotescas en temas que conocía, como eran aspectos concretos de biología marina. Podría poner ejemplos, pero me extendería demasiado y ahora no es esa mi intención.

En definitiva, que estuve tres años en la facultad de biológicas aprendiendo lo que me interesaba y dándome un baño general de lo que es la apasionante ciencia biológica. Visto el mercado profesional de entonces, dejó de interesarme la biología como modo de ganarme la vida, que ya me la ganaba, pero la seguí estudiando como base imprescindible de conocimiento.

Luego he visto que mi planteamiento era bueno pues, con pocas excepciones, no he conocido un biólogo feliz ejerciendo su profesión. Sin duda los habrá, pero yo no los he conocido.

Con la economía trabajé como mercenario intelectual en la administración pública y en la empresa privada, lo que me he procurado una vida a veces muy difícil en el día a día, pero a la vez me ha proporcionado recursos para poder acercarme a la naturaleza con mis medios como pequeñas expediciones que he organizado, en las que me he rodeado de biólogos de los que he aprendido de primera mano aspectos concretos que me interesaban; con herpetólogos en las Islas Columbretes, ornitólogos en las Islas Medas o en el Delta del Ebro, con botánicos y geólogos en Granada y Almería…

Si en lo intelectual pusiera en el platillo de una balanza el sacrificio de una buena parte de mi vida, que me ha supuesto dedicar jornadas de trabajo a la economía y en el otro la satisfacción que ha sido aprender sobre el terreno aspectos concretos de la vida silvestre, probablemente pesaría más este segundo aspecto.

He satisfecho con creces mi pasión por la naturaleza sin la servidumbre de estar sujeto a un amo o a un compromiso. Eso no tiene precio.

Pero las secuelas de adquirir esos conocimientos y de disfrutar de completa libertad sin servidumbres han sido terribles, aunque a largo plazo recompensadas.

Porque tener tiempo y ganas de editar este blog de divulgación de aspectos de la naturaleza basados en experiencias propias, por nimias que sean, sin que me condicionen la audiencia ni los algoritmos, es el bálsamo de Fierabrás.

En lo intelectual, todo bien.

Pero los chinos dicen que el mejor trabajo es el que está al lado de tu casa. Y el modo de vida que he contado no está cerca de casa, ni de la familia, lo que supone un distanciamiento de lo afectivo. Pasa siempre que el trabajo tira demasiado.

Si ese trabajo te da rentas y fama, la familia te perdona verte poco.

Pero no he sido un afamado futbolista, ni un avezado y escurridizo político, sino un trabajador dedicado a la cultura en un país en crisis existencial, que ha ofrecido lo que para una prole normal habría sido más que suficiente, pero insuficiente para perfiles exquisitos o que se han hecho expectativas erróneas de su personalidad.

La honradez y los principios son incompatibles con la riqueza y con una sociedad en crisis existencial.


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