A mi amiga Mari Carmen R.
Vuelvo a las andadas; pocos cromos y mucho texto. La razón de poner más texto es que mi amiga Mari Carmen, me ha dicho que le entretienen mis libros y hasta que acabe lo que llevo entre manos, quiero distraerla con el blog. El problema es que me dice que ya no puede leer. Pero eso no es óbice para que unos jovencitos como nosotros nos privemos de semejante entretenimiento. Seguro que encuentra a alguien que le lea estos billetes.
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Museo de Historia Natural y del Mar de Níjar. |
Mi horario en el Museo de Historia Natural y del Mar
de Níjar era de ocho de la mañana ocho de la noche, todos los días de la
semana. Ocasionalmente me sustituía mi hijo mayor. De vez en cuando en
invierno, si tenía obligación imperiosa de excursión o trabajo, algún día lo
dejaba correr.
A primera hora de la mañana cogía el coche y me
subía a Níjar para abrir el museo a las ocho. En coche tardaba una media hora,
pero en burra me llevaba toda la mañana, por lo que siempre iba en coche. En el
cortijo se quedaban Carmen y los niños para cuidar las plantas y los animales.
Por la mañana, ya en el museo, tardaba tiempo en
aparecer el primer visitante, pero me lo pasaba muy bien ordenando las
vitrinas, rotulando las piezas y poniendo todo en buen estado de policía.
Había construido, soldando tubo cuadrado de metal y cristales, un expositor grande que lo tenía en la entrada, donde exponía piezas que estaban a la venta a precios muy asequibles.
Recuerdo un día la visita de una pareja de muchachos españoles, que al parecer venían de un viaje a Marruecos. Les llamó la atención un gran trilobites marroquí que tenía expuesto con su precio. ¡Uno le dijo al otro muy exaltado; ¡mira más barato que en Marruecos!
Efectivamente el material
brasileño y marroquí que tenía a la venta, lo compraba a un mayorista granadino,
que era aficionado a la paleontología y a la mineralogía y compraba
directamente a proveedores de Brasil y Marruecos. Me vendía a precios
irrisorios a los que yo cargaba un margen también irrisorio, por lo que el
precio final era muy competitivo.
Cierto que yo no pagaba alquiler de local, pero sí los desplazamientos a Granada, los consumos, la limpieza y otros gastos. Al principio tenía acuarios en el museo, pero los tuve que quitar porque el consumo de electricidad de las luces del acuario, de las bombas de oxigenación y de los termostatos, era demasiado elevado para el pequeño margen de beneficio que me daban las ventas.
También vendía material que recolectaba en Almería, que colocaba en cajitas de cuatro por cuatro centímetros todo a 100 pesetas, lo que a precios de hoy serían algo menos de un euro. Estas piezas eran magníficas porque las seleccionaba mucho para ofrecer solo lo exquisito. Las colocaba en cajitas con base de poliespán, que compraba en Barcelona y las rotulaba con el nombre del espécimen que contenían.
Todo eso me llevaba mucho tiempo, pero partía de la base de que ni mi tiempo ni mi trabajo tenían valor, pues vivía en otro mundo y tenía lo básico cubierto. Vivía al día.
Entre los ingresos por
estas ventas, las, las ventas o trueque de lo que criaba en el cortijo y algún
bolo contable, conseguía vivir el día a día en aquel desierto. Las visitas al
museo eran un goteo muy lento pero continuo. Me parece recordar que la entrada costaba
100 pesetas.
Era muy duro pasarse tantas horas para tan pocas
visitas como había. Pero el Museo pasó a ser una de las visitas turísticas de Níjar
que llegó a anunciarse en los folletos que editaba el organismo que se dedicaba
al turismo allí. Incluso se organizaron al final, en tiempo de verano, visitas
de colegios que venían al museo en autocares, a veces uno al día durante varias
semanas.
Ahí empezó a cambiar todo en positivo. Incluso me
puse a vender bolsitas de patatas fritas y cosas parecidas. Pero los bares del
pueblo me denunciaron al ayuntamiento y tuve que dejarlo, aunque la venta era
meramente testimonial. Los miserables dueños de los bares no se daban cuenta de
que por unas pocas bolsitas de patatas fritas que pudiera vender, el beneficio
era suyo pues les traía uno o dos autocares diarios de chavales que se
despachaban en sus bares. Pero ya lo dice el refrán la miseria hace al
hombre miserable. Imagino que desde que cerró el Museo lo habrán echado de
menos.
Para dar una idea de lo que era vivir al día,
comentaré que una vez visitando una cantera donde había unas calizas dos muy
bonitas, me caí y me destrocé el pantalón. Yo tenía reparación con un poco de
descanso, agua oxigenada y vendas, pero el pantalón estaba deshecho. Al día
siguiente dediqué en el cortijo el tiempo a poner en cajitas formaciones
calizas que recogí ese día y como era verano y tenía visitas de colegios, en poco
tiempo pude vender las suficientes cajitas como para comprarme unos pantalones.
Con esta pincelada, espero haberte ilustrado sobre el día a día del museo. Pero son tantas las anécdotas, que me dan vértigo y quiero dejarlo por hoy. No sé si este ejercicio de recordar me divierte o me fastidia. Pero mientras lo aclaro, seguiré recordando.
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