Fachada marítima de Badalona. (fotografía Montse Ortiz)
La mañana del pasado domingo quedamos unos amigos en el
puerto de Badalona. El plan era embarcarnos y salir a la mar a darnos un baño
en aguas un poco adentro; la pasada semana hubo fuertes lluvias y las playas de
la zona ondean todavía bandera roja por contaminación. Nos encontramos siete
personas y dos perros.
Pero la tecnología tuvo la última palabra y un
insignificante problema técnico en el motor, nos impidió salir por elemental
prudencia. No importó demasiado, pues dedicamos el día a hacer “panching” y a
disfrutarlo de sol a sol.
Al despedirnos me acordé de la arenga del general bananero
dirigiéndose a su peculiar ejército antes de la batalla: “antes morir que
perder la vida”.
Haciendo mío ese consejo, para no sentirme derrotado a pesar del
éxito del día, les comenté: ¿“salimos mañana por la noche para
dar un paseo?”.
La respuesta fue un “sí” unánime. Luego concertamos la hora, las
21.00 h. para salir con algo de luz y ver la puesta de sol desde el mar.
Lo de la hora fue un error de cálculo, pues a esa hora ya no se
veían tres en un burro, y encima no había luna.
Hasta aquí no habría nada de particular si no fuera porque, según
me contaron, en unas reparaciones recientes en el puerto, los muertos han
quedado muy horizontales de forma que salir de las dársenas es muy
delicado. Hay que ir sorteando muertos y aún manteniéndose en el centro hay
riesgo de engancharse en alguno. ¡Y eso de día, no digo nada de lo que supone
de noche, a ciegas!
¡Atención, antes de seguir debo decir que el puerto de
Badalona no es Bosnia ni un cementerio de la mafia! En terminología marinera y
en este caso concreto, los muertos son las cuerdas (los cabos) que sujetan a
los barcos por atrás (por la popa) para mantenerlos alejados de los pantalanes
donde están amarrados.
A lo que iba. Desde hace un tiempo, no hay día en que un velero no
se enganche con un muerto. Y esa situación era la guinda que faltaba para
hacerse a la mar por la noche.
Pero a pesar de todo, la aguerrida tripulación de niños, perros y
medio marino se hicieron a la mar.
La salida fue algo cómica pues al no verse nada, Pau y
Angélica, en proa iban indicando;
“más a la derecha”… un poco a la izquierda…”
Por descontado antes de salir habíamos acordado decir “derecha” e
“izquierda”, en lugar de “estribor” y “babor” pues no estaba para florituras
semánticas.
En un momento suena la voz de Antonio…” ¡si andamos de lado!”.
¡Calla, niño!,…” ¿Qué vamos a andar de lado? “…, le
recrimina el patrón…“¡pues sí, avanzamos de lado!”…, dice su
madre, ¡es verdad”…, debe aceptar el patrón ante la
evidencia. Y es que por proteger a la tripulación del relente de la noche, ha
dejado la toldilla que ahora hace de vela frente a la imperceptible brisa
térmica.
Antonio y Angélica quitan la toldilla.
A todo esto, en una de las filigranas de la navegación entre los
muertos, quedamos enganchados. Oigo la voz de Montse que dice
”¡atrás!”. Sin ver nada pero fiando de la instrucción doy atrás y,
efectivamente. Quedamos libres.
Sorteando muertos y con mil ojos salimos al fin a la dársena
principal.
Ahora ya sólo me guío por las luces; rojo con verde y verde con
rojo. Pau, a mi lado, me va echando una mano, mejor un ojo. El
puerto de Badalona está muy bien señalizado de manera que es más fácil de noche
que de día, una vez que se ha dado con la salida o la entrada, según
corresponda.
Ya estamos en aguas fáciles. Diez metros de fondo y subiendo.
A un lado el negro total, a otro la cinta navideña de la
iluminación urbana de la fachada marítima de Badalona. Hay una pequeña mar de
fondo resto del viento del día.
Todo perfecto. Los niños se ponen chalecos y forros polares y se
van a proa a disfrutar de la noche. Pero el disfrute dura poco pues al haber
quitado la toldilla, hace mucha humedad.
Navegamos hasta el “Pont del petroli” que casi nos comemos,
pues ¡no está señalizado! ¡Porca miseria!
Nos acercamos a tierra para ver la torre de la
Parroquia de San José que tienen previsto iluminar para que sea referencia
desde el mar. Creo que es un proyecto vano que hubiera servido hace cien años,
pero hoy está toda la fachada tan iluminada que será necesaria mucha
contaminación lumínica para que se vea algo.
La noche pasa. Al fin decidimos volver. La entrada es mejor que la
salida, hasta que llegamos a la dársena de los muertos vivientes que atrapan
barcos por sus quillas.
Al llegar al amarre nos espera un marinero, pues he avisado por
radio de nuestra llegada. No se ve nada, ni al marinero a pocos metros.
Me da las amarras mal y sale corriendo a no sé qué a estas horas
de la noche. “¡eh, joven, que esto está mal…” ni caso, corre como un
poseso. Esto me pasa por no dar propinas.
Estamos amarrados.
Tenemos dos bajas, Marsal está algo tocado pues ha sido
demasiado trote. Pero es un tipo duro y en cuanto cene será otra vez “Marsal
el Terrible”. Y Núria no sabe si está bien o regular.
Los perros eufóricos de bajarse de la palangana. A todo esto son
las once y algo.
Hemos aprendido; si hay muertos mal enterrados, sal con luz; ojo
con los obstáculos no señalizados o señalizados pero con la luz fundida;
atención con el frío y la humedad, aunque sea pleno verano; antes de iluminar
una torre para que se vea desde el mar, asegúrate de la luz que necesitas, no
vayas a tener que recurrir a Cáritas para pagar el recibo, y cuando
venga el marinero a ayudarte, échale el lazo para que no huya a medio trabajo.
La fotografía del ocaso la obtuve a las 20 horas en el mes de julio. A pesar de lucir todavía el sol, el "Puente del petróleo, apenas se percibe. Por la noche no se ve hasta estar a unos pocos metros de los pilares.
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