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sábado, 15 de junio de 2019

Mascotas

Fui creo que el primer Presidente sin título nobiliario de la Liga para la Protección de Animales y Plantas de Barcelona. La encontré hecha un guiñapo económico y la dejé más hermosa que un San Luis. Me fui cuando vi que había hecho todo lo que debía. Me gustan los animales y las plantas.

Por eso el otro día accedí a custodiar por una noche el perrito de un amigo en apuros. El amigo, no el perrito. No tuve en cuenta mis dos principios fundamentales de la convivencia. Uno, que cuando se trata de géneros distintos, cada uno en su casa. Otro, que los favores se pagan.

Mi amigo me dejó al animalito comidito y descomidito. Sólo había que echarle un ojo.

Todo fue bien hasta que a las cinco de la madrugada me despertó el característico sonido de una diarrea fluyendo por un esfínter anal, acompañado del característico olor de una diarrea ya fluida.

Pensé que era obra del animalito. Me levanté y el olor fue a más. Sentí como se me humedecía el pie. Efectivamente era su obra. Encendí la luz y comprobé que al pisar una de las numerosas deposiciones  del animalito dispuestas por toda la casa, había extendido su olor y me había humedecido el pie

Ocho deposiciones, siete de ellas sobre peludas alfombras de Ikea, pues gracias a Dios mi economía no da para alfombras turcas.

¿Cómo puede estar tan podrido un bichito tan lindo, peludito y pequeñito?

El resto de la noche lo pasé con la fregona limpiando al tiempo que intentaba resolver la paradoja; ¿cómo cabe tanta mierda en un recipiente tan pequeño? ¡Qué insondable es la Naturaleza!



Con intención de continuidad edité la revista Refugio, de la que apareció el número 1 (aquí arriba) y quedó en cartera el numero 2. Luego, nada. 






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