Carmen Galante Serrano, en una escena del documental Fuentes bajo el mar, de José María Asensi y Ramón Luis. |
En la imagen, Carmen Galante, en primer plano a la derecha. |
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el honor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.
Calderón de la Barca.
Carmen Galante, practicando espeleología en Ávila. |
Carmen Galante con uno de sus hijos. |
Como un objeto secundario de este blog es ser las memorias de un naturalista, debo añadir unos comentarios tan subjetivos como los que les preceden, pues proceden del mismo autor.
En un autor, en el que con el tiempo no han cambiado los
sentimientos positivos y afectuosos, sino que por el contrario se han
acrecentado.
Si
por aquel entonces, hoy lo puedo juzgar pues hace lustros que no la veo, algo
flaqueaba en la sólida y solvente personalidad de Carmen, era un excesivo sentimiento de orgullo justificado
por su valía real, pero nunca bueno en un espíritu cristiano.
Porque
el orgullo endurece el corazón y cierra el camino del perdón.
Si
algo es definitorio de la doctrina de Jesús, es el amor, que lleva implícito el
perdón.
He
pasado por situaciones muy difíciles capaces de desarbolar a cualquier persona
y si he sobrevivido a ellas ha sido porque siempre he perdonado.
De hecho,
si algo me va quedando al final de mis días, es la amistad con Jesús pues
ninguna otra gracia tengo y las pocas que hubiera podido tener se han ido
deshaciendo de puro viejo, por el traspaso del tiempo.
Solo
la pureza, ganada y perdida tantas veces y al fin consolidada, te queda como
trofeo en esta vida de miserias.
Porque
al fin, cuando el cuerpo ya no aguanta pero te queda vida para meditar y razonar, te percatas que lo que realmente te acompaña
hasta el final, son los frutos del amor.
Creo que no he comentado que Carmen falleció lejos de mi y sin que la dejaran despedirse.
Al tiempo de conocer su fallecimiento, entendí ocasión de
encomendarle unas misas gregorianas a un sacerdote misionero conocido.
Luego le encomendé una serie de
misas, a un sacerdote cartujo con el que confesaba.
A una persona no creyente esto le pueden parecer
tonterías.
Como la diferencia entre creer y no creer es
cuestión muy personal, me abstengo de entrar en mayor discusión.
Los efectos de la oración los veremos al final de
nuestras vidas y hasta entonces no estamos en condición de discutirlos con
objetividad o certeza científica.
Así, esa discusión puede acabar siendo un diálogo de
sordos.
O de besugos, según la categoría moral de los interlocutores.
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