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martes, 21 de febrero de 2023

Navegando hacia el Delta del Ebro II. Mocho y cubo.



He estado en Les Cases lo imprescindible para hacer agua y arranchar el barco para ponerlo a son de mar.

No hay mucho que poner y es lo primero qué debo decir en favor de los siempre denostados por mí, barcos de fibra de vidrio y a motor.

Nunca más emitiré un juicio negativo contra ese tipo de embarcaciones.

El tiempo en este puerto no he estado amarrado en pantalán de barcos deportivos, sino a un muelle comercial de cemento.

Resulta un poco desolador pero entrañable.

Eso no se debe hacer, pero físicamente se puede, si estás ojo avizor y hasta que alguien te eche.

Cuando llegué, un grupo de chavales jugaba al fútbol sobre el suelo cubierto de suciedad y restos de acarreos, que forman una arenilla grisácea.

Este material con base de grasa, se pega a las suelas de los zapatos y luego, cuando subes al barco, vas dejando las huellas perfectamente delimitadas.

He descubierto que la forma más eficaz, aunque poco elegante, de quitar esas huellas, es con un mocho y un cubo con agua jabonosa.

Se ahorra mucha agua y tiempo.

Después de darle un repaso a toda la cubierta a la manera marujil, se llena otra vez el cubo con agua limpia que se va esturreando sobre la cubierta, con cuidado y precisión, para que arrastre todo lo arrastrable.

Un tercer cubo, para escanciarlo con un recipiente más pequeño en los rincones más inaccesibles.

Tres cubos de agua y unos minutos y el barco quedan más bonito que un San Luis.

Me he ido con ochenta litros de agua en el depósito. Las baterías las tengo siempre cargadas, con la energía que suministran los motores fueraborda.

Algo de comercio y bebercio para hacerme más agradable la navegación y ya está todo listo.


Si navegara a vela debería haber preparado un sinfín de pertrechos.

Pero no aquí. Es un visto y no visto.

Las escalas son muy cortas y además hay puertos cada nada.

Mi autonomía es de cien millas y la velocidad de crucero 20 nudos (la máxima que he contrastado, es de 40 nudos).

Me ha costado cinco años cambiar el chip de la vela al motor y ya casi está, aunque no del todo...

Son las siete de la mañana y la mar está como una balsa de aceite.

No hace viento, el cielo está gris pero no amenazador y el pronóstico es que, en los próximos días, más de lo mismo.

Queda un poco de invierno, que lo voy a pasar en el Delta del Ebro, aquí a la esquina.

Fondearé a resguardo del delta y me suministraré en San Carlos de la Rápita, cuando sea imprescindible.

Así, hasta que me aburra.


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