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jueves, 23 de febrero de 2023

Navegando hacia el Delta del Ebro III. Me dispongo a salir. 40 nudos.

Viene de aquí.

 

Estela navegando a 40 nudos. La barca está planeando.

Bajo los motores a su postura de navegación y los pongo en marcha para asegurarme que todo va bien y para que se calienten un poco antes de salir.

Los chivatos de la refrigeración van perfectamente; tanto el chorrito de aviso. como el pitido, que se silencia.

El ruido que hacen los motores es todo lo perfecto que se puede esperar del sonido de un motor.

Ni humos ni manchas en el agua. Todo bien.

Con parsimonia suelto todas las amarras sin ninguna precaución, pues hace calma chicha. Hace tiempo que he asumido la velocidad del perezoso (Bradypus tridactylus) para moverme.

Con el bichero me separo de la pared de hormigón. Doy avante despacio, cuidando que la popa no golpee el muelle y adiós.

Navego con precaución y despacio para alejarme un poco de la costa.

Nunca había utilizado gps pero ahora lo uso para todo, incluso para costear a un destino conocido, como es el caso.

Mi objetivo es entrar en la gola sur del delta e ir hasta el fondo del saco, hasta el Trabucador y allí fondear a tres metros de profundidad, o a menos si lo veo claro, para dormir tranquilo y estar lo más quieto posible durante el día.

El camino es un paseo pues, aunque en la entrada de la gola hay lugares menos hondos, como calo unos pocos centímetros, tengo que cuidar un mínimo para no llevarme un susto, que sería sólo económico.

Al ser un fondo de arena y lodo, sí los motores embarrancan y cogen barro, debería entretenerme en limpiar todo el circuito de refrigeración y eso es una paliza.

De todas formas, nunca me ha pasado y espero que no me pase ahora.

Cuando llevo un rato de navegación con fondo sobrado y los motores a temperatura adecuada, aprovechando la mar plana y sin viento ni corriente, acelero hasta alcanzar los 40 nudos, que mantengo durante un ratito, pues es muy tenso navegar una barca tan pequeña a tanta velocidad.

Solo quería probar y no me he atrevido a más. Quizá otro día vea si puedo batir esta punta de velocidad, que es aproximadamente de ochenta kilómetros por hora. Tan rápido vas vendido en la mar.

Es la velocidad de un crucero de pasajeros, que no se nota en un gran barco, pero que parece que vuelas en una bañera de unos pocos metros.

No pretendo otra cosa que conocer la barca, pues lo que verdaderamente me apetece es ir despacio y con el menor ruido posible.

Aunque se da la paradoja de que el consumo de los motores fueraborda se multiplica por mucho, cuando van a poca velocidad. Cuando la barca alcanza la velocidad de planeo, es el momento en que la relación velocidad consumo es óptimo. Esa velocidad varía en cada barco, según su diseño y potencia, pero nunca es lenta.

Voy a prepararme algo de comer, que la barriga protesta.

Hoy no hablaré de bichos ni de plantas, que ya me he alargado mucho.

Mi destino es el fondeadero, dejando a la vista, por ahora, San Carlos.

Pero pararé un poco antes para comer algo estando al pairo, ya que el día no sólo lo permite, sino que me lo está pidiendo a gritos.




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