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sábado, 25 de febrero de 2023

Navegando hacia el Delta del Ebro IV. Nevera.

Nevera de la "Barca Fantasma"

Una vez que he dejado las casas de Alcanar, empiezo a navegar hacia el Norte todo lo despacio que puedo y mi sentido del ahorro me permite.

Ya he dicho que los motores fueraborda, cuando los llevas poco acelerados gastan más que dándoles marcha. Ya comenté que tienen una velocidad de crucero óptima

 Si uno pretende pescar al curry con un fueraborda, el pescado que consiga le va a salir por un ojo de la cara.

Pero una velocidad con el motor a 1000 r.p.s. me parece prudente desde el punto de vista económico. Eso hago.

Por el tiempo que ocupe en la singladura no tengo ningún problema, pues no me espera nadie.

Quiero navegar muy cerca de la costa, pero no demasiado porque no me gusta el aspecto de la línea costera, en la que veo demasiadas rocas.

Ya he dicho que voy seguro porque calo poco, pero me gusta usar cinturón y tirantes e ir bordeando una costa que no me inspira, es ponerme en un riesgo innecesario.

Está chispeando y el cielo está cubierto, pero no amenazador.

Llevo el bimini (toldilla pequeña sobre la bañera) que me protege, pero además coloco la toldilla de proa, para que no me lleguen gotas de lluvia a la cara, pues me ensucian las gafas y eso me incomoda.

La mar está llana y la velocidad me permite cotillear lo que está en  el agua, entre lo que siempre te puedes encontrar sorpresas.

Al principio el ruido de los motores me molestaba, pero me he hecho a la idea de que es un sonido de fondo del mar y he dejado de oírlo

Bueno lo oigo, pero no lo escucho.

Voy sentado relajado y admirando la monótona y siempre cambiante superficie del agua.

En realidad, lo único que tiene que preocuparme son las abundantes boyas de trasmallos y palangres que colocan los pescadores para señalizar sus redes.

Siempre hay que pasarlas a sotavento porque no sabes la cantidad de cabo que han dejado y si ese cabo flota o no.

A veces me he encontrado esas boyas improvisadas, que tienen exceso de cabo, que para colmo flota a ras de agua.

Al menor descuido te lo puedes llevar enredado en la cola del motor. Hay unos accesorios de cuchillas que se colocan para evitar eso, pero no me gustan porque añaden un elemento agresivo a la ya de por sí peligrosa cola de un motor fueraborda.

Llevando todo en orden, esas boyas son el mayor peligro para la navegación dominguera.

Con placidez y monotonía que me permiten pensar en mis cosas, pasa el tiempo hasta que llegó a un punto en que la gola me arropa y pienso que es un momento de parar para mover el bigote.

No hay tráfico, la mar está llana y sin viento. Espero que también sin corriente.

Paro los motores y me voy a buscar al camarote pan, queso y un botellín de agua, que me llevo a proa bajo la toldilla, desde donde domino con un mínimo esfuerzo todo mi entorno.

Algo que me gusta de mi condición, es que soy de poco comer y que me gustan las comidas muy sencillas.

Si pudiera pasar con pastillas nutritivas lo haría.

Antes me gustaban los dulces, pero el cuerpo ya no me los pide y prefiere las lentejas o el pan con algo.

Pan con aceitunas negras es para mí un manjar de dioses.

Y para beber, agua fresca. No todas las marcas son iguales, tengo mis preferidas, pero me allano con cualquiera.

La nevera es lo que más cuido de la barca.  ¡Le he puesto un chivato externo indicándome la temperatura interior!





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