Orangután en el exilio. Foto; pixabay.com. |
Tengo en casa un orangután exiliado, que no me da
más que quebraderos de cabeza.
No es el primer bicho inútil que me traen.
…Perros, pájaros, conejos... y un largo etcétera de dichos indeseables, que me cuestan un ojo de la cara no sólo en veterinarios y comida, sino también en reponer todo lo que se comen; entre ellos, cables de Wifi y de teléfono. Su sexto sentido no los ha llevado nunca a morder un cable eléctrico, que me hubiera sacado de en medio al bicho.
Y ahora un orangután.
No de la selva, sino de Amazon, donde los he visto por
treinta euros.
Lo primero que pensé, es en deshacerme de él
llevándolo a su origen, un museo.
Pero ya no voy al museo.
José si va, pero no viene aquí, por lo que no puedo
utilizarlo de intermediario.
Y enviarlo por SEUR me cuesta más caro que encargar
uno nuevo a Amazon.
En resumen, que tengo que cargar con un bicho nuevo,
hasta que alguien venga a echarme una mano.
Espero que un día de estos José me tenga que pedir
algo y aprovecharé para endilgarle al orangután.
O esperaré a que se me pierda algo, para ir por
allí.
Pero ya he perdido tantas cosas, que me da miedo
volver, porque no sé lo que me voy a encontrar, o lo que voy a perder.
Postdata.
Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se
rompe.
Se cayó de la peana sobre la que estaba de forma
provisional.
Una peana de apenas veinte centímetros de altura.
Muy poca peana para tanto bicho.
Pero no era un problema de altura, era un problema
de consistencia.
Tu cabeza es hermosa, pero sin seso.
De cualquier forma, el mal es menos.
Porque la figura está rota, pero está.
¿Estará todo lo que ha de estar?
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