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domingo, 9 de junio de 2024

La sutil brutalidad del orangután… y elecciones europeas.

 

El orangután de mi recuerdo. Foto; pixabay.com.

Últimamente he hablado del orangután, diciendo poco o nada de él. En Internet encontrarás sobrada información sobre este animal.

Hoy quiero traerte información del orangután que no encontrarás en Internet, pues se trata de una experiencia personal y del juicio derivado de esa experiencia.

Hubo una época en la que frecuentaba mucho el Parque Zoológico de Barcelona, pues me movía asiduamente en el mundo de los animales y tenía una relación profesional con esa institución. Y amigos en ella.

Hace ya muchos años que eso pasó.

Estaba visitando entonces el recinto de los primates, que era un pasillo largo en el que en un lado estaban las jaulas con los animales y en el otro, la pared que separaba el local del recinto general del Parque.

Ese día aprendí mucho de la realidad de los titís, esos simios pequeños y simpáticos. Y también del orangután.

Primero daré una nota sobre los titís.

Me llamó la atención que son animales alegres y simpáticos que tienen la peculiaridad de que cambian de actitud en segundos. Están cariñosos y comunicativos en extremo, pero de repente su cerebro les debe enviar un mensaje, que les hace ponerse en actitud extremadamente agresiva, abriendo la boca y mostrando sus dientes.

Pasan de inspirar ternura a dar miedo.

No hay aparentemente, causa externa que provoque ese cambio.

Me llamó mucho la atención.

Pero luego he visto en la vida, personas que actúan de forma parecida, pasando a una actitud amigable a otra irascible, en un instante.

Creo que es relativamente común y que en psiquiatría tiene un nombre.

Pero volvamos al tema del orangután.

En una de las jaulas, había un orangután, que estaba sentado junto a la reja y que me miraba con su característica cara sonriente.

Me enterneció tanto que pasé el brazo a través de la reja, para acariciarlo.

En ese mismo instante, el cuidador que me acompañaba, me gritó; ¡no haga eso!

Pero ya era tarde.

El orangután, sin inmutarse, había cogido mi brazo con sus largas extremidades delanteras y me había aferrado de una forma que inspiraba pánico.

El bicho, sin alterarse ni cambiar en absoluto de actitud y sin mostrarse agresivo, me cogió fuertemente y empezó a tirar de mi brazo. Sin agresividad, como si jugase, pero sin tregua.

Intenté zafarme, pero fue completamente inútil. Aquel animal era puro músculo fuerte como el acero.

Tiró de mí y me empotró contra la reja mientras que seguía tirando.

No pude reaccionar más que intentando soltarme y ver que cualquier esfuerzo que hacía era completamente inútil, pues las manos del orangután no cedían un milímetro.

Vi que mi brazo iba a acabar en las manos del orangután al otro lado de la reja.

Creo que no tuve tiempo de aterrorizarme, pues enseguida intervino de manera fulminante su cuidador que me acompañaba y el animal le obedeció el instante.

El orangután debía obedecer normalmente al cuidador, pero no lo debería hacer siempre, pues lo que vino a continuación fue una bronca del cuidador hacia mí, por haberme descuidado de esa forma y no haberle pedido permiso para interferir con el animal.

Ese día aprendí una norma que es básica en la naturaleza: Nada es lo que parece y hay que estar siempre preparado para lo peor.

Luego he visto que algunos naturalistas famosos han acabado sus días por un exceso de confianza con animales a los que creían conocer.

Acabo de enterarme de que hoy es día de votación para las elecciones europeas.

Me viene al pelo.

Porque si has leído con atención esta entrada, podrás extrapolar lo sucedido a la sociedad en la que vives; puedes extrapolar en el orangután al sistema político y en el panoli de José María que lo quiere acariciar, al votante que se acerca a depositar su voto, quedando atrapado en la urna.

Está bien votar, pero has de saber, que estás participando en un juego en el que nada es lo que parece.

Mientras tengas presente esa circunstancia, no serás un panoli.


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