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El orangután de mi recuerdo. Foto: pixabay.com. |
Últimamente he hablado del orangután, diciendo poco
o nada de él. En Internet encontrarás sobrada información sobre este animal.
Hoy quiero traerte información del orangután que no
encontrarás en Internet, pues se trata de una experiencia personal y del juicio
derivado de esa experiencia.
Hubo una época en la que frecuentaba mucho el Parque
Zoológico de Barcelona, pues me movía asiduamente en el mundo de los animales y
tenía una relación profesional con esa institución. Y amigos en ella.
Hace ya muchos años que eso pasó.
Estaba visitando entonces el recinto de los primates,
que era un pasillo largo en el que en un lado estaban las jaulas con los
animales y en el otro, la pared que separaba el local del recinto general del
Parque.
Ese día aprendí mucho de la realidad de los titís,
esos simios pequeños y simpáticos. Y también del orangután.
Primero daré una nota sobre los titís.
Me llamó la atención que son animales alegres y
simpáticos que tienen la peculiaridad de que cambian de actitud en segundos. Están
cariñosos y comunicativos en extremo, pero de repente su cerebro les debe
enviar un mensaje, que les hace ponerse en actitud extremadamente agresiva,
abriendo la boca y mostrando sus dientes.
Pasan de inspirar ternura a dar miedo.
No hay aparentemente, causa externa que provoque ese
cambio.
Me llamó mucho la atención.
Pero luego he visto en la vida, personas que actúan
de forma parecida, pasando a una actitud amigable a otra irascible, en un
instante.
Creo que es relativamente común y que en psiquiatría
tiene un nombre.
Pero volvamos al tema del orangután.
En una de las jaulas, había un orangután, que estaba
sentado junto a la reja y que me miraba con su característica cara sonriente.
Me enterneció tanto que pasé el brazo a través de la
reja, para acariciarlo.
En ese mismo instante, el cuidador que me acompañaba,
me gritó; ¡no haga eso!
Pero ya era tarde.
El orangután, sin inmutarse, había cogido mi brazo
con sus largas extremidades delanteras y me había aferrado de una forma que
inspiraba pánico.
El bicho, sin alterarse ni cambiar en absoluto de
actitud y sin mostrarse agresivo, me cogió fuertemente y empezó a tirar de mi
brazo. Sin agresividad, como si jugase, pero sin tregua.
Intenté zafarme, pero fue completamente inútil. Aquel
animal era puro músculo fuerte como el acero.
Tiró de mí y me empotró contra la reja mientras que
seguía tirando.
No pude reaccionar más que intentando soltarme y ver
que cualquier esfuerzo que hacía era completamente inútil, pues las manos del
orangután no cedían un milímetro.
Vi que mi brazo iba a acabar en las manos del
orangután al otro lado de la reja.
Creo que no tuve tiempo de aterrorizarme, pues
enseguida intervino de manera fulminante su cuidador que me acompañaba y el
animal le obedeció el instante.
El orangután debía obedecer normalmente al cuidador,
pero no lo debería hacer siempre, pues lo que vino a continuación fue una bronca
del cuidador hacia mí, por haberme descuidado de esa forma y no haberle pedido
permiso para interferir con el animal.
Ese día aprendí una norma que es básica en la
naturaleza: Nada es lo que parece y hay que estar siempre preparado para lo
peor.
Luego he visto que algunos naturalistas famosos han
acabado sus días por un exceso de confianza con animales a los que creían
conocer.
Acabo de enterarme de que hoy es día de votación
para las elecciones europeas.
Me viene al pelo.
Porque si has leído con atención esta entrada,
podrás extrapolar lo sucedido a la sociedad en la que vives; puedes extrapolar
en el orangután al sistema político y en el panoli de José María que lo quiere
acariciar, al votante que se acerca a depositar su voto, quedando atrapado en
la urna.
Está bien votar, pero has de saber, que estás
participando en un juego en el que nada es lo que parece.
Mientras tengas presente esa circunstancia, no serás
un panoli.
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