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viernes, 3 de julio de 2020

"Yo quisiera ser civilizado como los animales..." estribillo de una canción de mi tiempo, del cantautor Roberto Carlos.

Esta mañana de viernes me han robado la cartera con toda la documentación. Enseguida he ido a poner la denuncia a la comisaría más cercana, que era de los Mossos (policía autonómica catalana). La comisaría es un edificio desmesuradamente grande para la actividad que se ve desde fuera.

La sala de atención al público es también enorme en consonancia con lo demás. Estaba desierta; dos señoras mayores y un mosso, atrincherado tras un castillo de cristal.

“Vengo a poner una denuncia, me han robado la documentación”. Le he dicho, levantando la voz, para que el guardia me oyera tras la doble mampara de cristales blindados y mi mascarilla de bozal.

“Si quiere poner una denuncia tendrá que esperar más de cuatro horas. Tenemos mucho trabajo”. Me contesta el bisoño señor desde su castillo de cristal”.

Giro la mirada por la inmensa sala desierta. Una de las mujeres lleva un crío chico. Las dos señoras, el crío, el guardia y yo somos la multitud. Creo que son pasadas las doce.

 Vuelvo a mirar al guardia y me pregunta ¿“Mucho valor le han robado?”? No…. En realidad no atino a valorar lo de “mucho”. No llevo nunca  dinero encima, diez o quince euros para una emergencia o un número de la ONCE cuando veo que al vendedor le quedan aún muchos números. Pero el policía no me deja mucho tiempo para pensar… Pues anule las visas y vuelva el lunes. “¿Y la documentación?”, le pregunto.

“Para el lunes ya habrá aparecido”. Me contesta. Y se gira. “He intentado anular las visas y no lo consigo”, le digo en un intento real pero extremo para intentar no soltar amarras tan sin fruto. “¿En que banco o caja está? Se lo digo. “Le daré el teléfono”. Me lo da.

No hay solución, se han roto las amarras.

Salgo de la comisaría-castillo desierta con el rabo entre las piernas.

Llamo al teléfono que me ha dado el referido. Sí, es de la entidad con la que trabajo, pero ¡es una grabación que intenta venderme una moto y un plan de jubilación o que sé yo! ¡Macachis!

Pero no acabará aquí la cosa. No sabe el pobre guardia que se ha enfrentado a medio Rambo. El Rambo entero da y recibe tortas, yo sólo las recibo, por eso lo de medio.

Ya es hora de comer. Me voy a casa dispuesto a todo. Voy a armarme de valor y ¡denunciaré el robo por correo electrónico!

Listo. Ya en casa encuentro eDenuncias y relleno el largo cuestionario que me presenta… dos veces, porque la página está tonta. No recibo ningún acuse de recibo. Pero en la página me dan un teléfono. Llamo.

Ellos No saben, pero me dicen que llame al 062. Llamo. Tampoco saben. Pero me dicen que llame al 017. Llamo. “¿Es usted menor?” No. “Pues este teléfono es de menores, “llame al 091. Llamo. “¿Qué le pasa?”. Explico qué me pasa. “¡Diríjase usted a la comisaría más cercana  de los mossos, me dice la voz. ¡Me rindo! ¡Con Robocop ya no me atrevo!

Pero no quiero que alguien, con mi VISA y mi DNI me robe la identidad y se compre un Miseratti a mi cuenta y que cuando vaya a denunciarlo me diga el fulano de turno; “¡haberlo denunciado!”.

Por eso recurro al blog. Sólo así tendré constancia documental del robo: Tengo más de cuarenta mil testigos, (o veintitrés, nunca se sabe), de que lo he intentado.

Postdata. Llegó el lunes y me presenté de nuevo en la comisaría. 

Me sorprendió el trato amable y eficaz en esta segunda visita.

 Quien piense que un mundo ofimático puede sustituir al mundo como lo hemos conocido. Se equivoca. Las personas pueden ser buenas, malas o regulares, pero las deficiencias de uno hoy las puede subsanar otro mañana. Con las máquinas no. 

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