A Jordi Ardid.
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Aula del segundo local, en el puerto de Barcelona, de Barcelona i la mar. |
Este domingo por la tarde, estudiando un poco por
encima, el asunto de la inteligencia artificial, me vino a la cabeza una
actividad que realizaba en el programa Barcelona i la mar, que bien podría
entenderse como una actividad pionera de inteligencia artificial aplicada a la
docencia. Inteligencia artificial en su esencia y estructura, pero con unos
medios limitadísimos, propios del tiempo en que realizaba la actividad, los
años ochenta y de mis recursos económicos.
Quiero antes dejar bien claro que no tengo relación
profesional con la informática y no soy ducho en esa habilidad, de tal modo que
cuando entro en terrenos un poco complejos, recurro siempre a un informático
profesional.
He hablado en varias ocasiones del programa Barcelona
i la mar y hasta ahora no he caído en que el lector se habrá preguntado por
qué pongo una i latina en lugar de una i griega (y), que es lo que procedería.
La razón está en que la denominación es en catalán y
en catalán se escribe con i latina, por eso lo pongo siempre en cursiva salvo
en los títulos de las entradas que lo pongo entrecomillado, porque no sé si
deja, o no sé ponerlo en cursiva.
Dicho esto, voy al meollo de la cuestión.
Barcelona i la mar pasó por
varias etapas, porque debía ir adaptando el programa a las posibilidades de
local que tenía a mi disposición en cada momento. No sé si podría decir que el
programa era una versión semejante a la historia del holandés errante.
Cuando conseguí una estabilidad que al final resultó
relativa del local, decidí que las vitrinas en las que se exhibían los
ejemplares dedicados a la docencia de los alumnos, estuvieran abiertas para que
los chavales, además de ver el material, lo pudieran tocar.
Era una apuesta arriesgada pues si bien me ocupé de
que no hubiera ejemplares frágiles, no tenía modo de evitar que se los
llevaran.
El que los pudieran tocar tenía su fundamento en que
la textura y el peso daban mucha información al alumno, información que no se
podía obtener por la simple observación del ejemplar en la vitrina.
Mi objetivo era progresar en la docencia y me
pareció que era más importante eso, que el riesgo incierto de que pudiera
desaparecer o romperse algún ejemplar.
Pero ese era solo el objetivo más inmediato.
El fin más ambicioso, era que llegaran a clasificar
el sujeto por sus propios medios, sin ayuda directa de un profesor o tutor.
Tenía en casa un ordenador Amstrad, que
utilizaba poco. Era un ordenador muy sencillo que se podía programar con BASIC,
un lenguaje de programación también muy sencillo.
Instalé el ordenador en el local en el que
desarrollaba parte de las actividades de Barcelona i la mar (como
explico en el blog una buena parte de actividades desarrollaban a bordo del
barco escuela CRIS 1) y estudié algo de BASIC, para desarrollar
un programita que me permitía clasificar de forma muy sencilla e intuitiva, algunas
de las piezas que exponía.
Voy al grano porque no quiero alargarme.
El asunto es que los jóvenes podían coger y examinar
algunos ejemplares, irse al ordenador y siguiendo las indicaciones que
aparecían en la pantalla, llegar a clasificar por sí mismos lo que habían
cogido.
El asunto era muy sencillo porque se basaba en las
clasificaciones dicotómicas que se utilizan para identificar especies.
La complejidad de estas claves puede ajustarse al
nivel docente que desea quien las prepara.
A Barcelona i la mar, asistían
escuelas privadas, las menos y mayoritariamente, escuelas públicas.
La inscripción era una cantidad simbólica y las
escuelas que lo pedían, participaban gratuitamente. El programa estaba financiado
al cincuenta por ciento, por la Caja de ahorros y monte de piedad de
Barcelona (hoy la Caixa) y por un servidor.
La mayor parte de los alumnos eran de extracción
social media a baja y la mayoría de ellos no tendrían ni tan siquiera ordenador
en casa.
Ver a algunos de esos chicos eufóricos, porque
habían conseguido clasificar un animal que hasta ese día ni tan siquiera habían
visto y menos tocado, era un espectáculo de lo más gratificante para un maestro
frustrado, que había dejado mucho, para dedicarse a la docencia.
Naturalmente me estoy refiriendo a un servidor.
La actividad a este nivel de intensidad duró dos
años, pues me echaron del local para derribar toda la zona y dedicarla a actividades comerciales del puerto.
Este ha sido siempre el final de mis iniciativas
culturales museísticas, que han acabado sustituidas por actividades comerciales
más rentables.
Me pasó en Esplugas de Llobregat, en Almería, en
Barcelona... doy cuenta detallada de todo ello en el blog.
Volviendo a Barcelona i la mar de vitrinas abiertas,
recuerdo perfectamente que, en los dos años, solo se estropeó una pieza y no
eché a faltar ninguna.
Más adelante.
La Caixa en otra
actividad inspirada en la mía, intentó plagiar mi idea de que los visitantes
pudieran tocar los ejemplares expuestos, pero lo hizo en una exposición en la
que había erizos de mar y estrellas de mar vivos en acuarios.
Naturalmente fue un fracaso pues estos animales
tienen un sistema locomotor relacionado con el exterior de manera que en lugar
de agua les entraba aire, hasta matarlos.
Es lo que pasa cuando un imitador tiene dinero, pero
no tiene cerebro ni quiere reconocer que está plagiando lo que no entiende.
Algo parecido me pasó con la ballena que recuperé en
el puerto de Barcelona de la que hablo en otro lugar del blog y en la que no me
extiendo aquí, porque ahora sí, de verdad, quiero acabar por hoy.
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