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viernes, 8 de abril de 2022

Etología y Teología; epilepsia y ateísmo.

 

Dibujo: Libre CD.

Atrevida combinación, que sólo podría salir de un sesudo teólogo o de un experimentado etólogo.

O bien de un insensato profesor de historia y economía, interesado por la Naturaleza.

Ya te he aburrido en otras ocasiones hablando del hombre y de su comportamiento trascendente, intentando compaginar nuestra naturaleza animal con la de ese adjetivo de racional, que inexorablemente nos acompaña.

Siempre he sido prudente al tratar el tema y no voy a dejar de serlo. Pues, aunque llevo años meditando sobre esa perspectiva del ser humano, avanzo despacio y a trancas y barrancas.

No porque nade contra corriente, sino también, porque hay tan poca agua en la que nadar, que a veces se me viene a la cabeza la imagen del pez, cuando pasa a pescado.

Parece qué algunos autores ateos achacan la creencia en la existencia de Dios, a una secuela de enfermedades como, especialmente, la epilepsia.

Es decir, Dios no existe, pero un epiléptico, por ejemplo, puede hacer crecer en su mente la imagen inexistente de Dios.

No sé cómo extrapolan esa condición y sensación personal a una teoría general.

Pero haciendo vista gorda, se podría llegar a la conclusión de que personas influyentes y con la suficiente capacidad intelectual, podrían hacer creer que una secuela enfermiza de un cerebro alterado, podría crear opinión en un determinado ámbito y de ahí extenderse a otro más general.

De entre las escasísimas razones que pretenden justificar la no existencia de Dios, quizá ésta se encuentre entre las menos disparatadas y absurdas. Pero creo que está también infundada.

La elección de la epilepsia, no es baladí.

De hecho, en la antigüedad se conocía la epilepsia como el gran mal o el mal de los dioses. El rey Saúl, Alejandro Magno, Julio César, Santa Juana de Arco, Isaac Newton y Dostoievski, fueron epilépticos célebres, entre otros muchos.

Se les atribuye la enfermedad, a Santa Teresa de Jesús y a San Pablo, también entre a otros muchos.

La epilepsia es una enfermedad sugestiva para levantar mitos.

Y probablemente no sólo por lo aparatoso y espectacular de las crisis epilépticas, sino también porque hilando fino, observadores cultos y meticulosos, pueden ver que además de esa expresión aparatosa, en la epilepsia, hay algo más sutil, que es una percepción especial y diferente del mundo.

El epiléptico puede llegar a ver y en consecuencia razonar las cosas con una óptica distinta.

No digo si mejor o peor, pero desde luego sí distinta y más concretamente, creo que con otro umbral de sensibilidad.

Pero eso no quiere decir que el epiléptico pueda elucubrar sobre una realidad falsa y ver un dios donde no hay nada.

En absoluto, creo que el epiléptico ve más allá, en lo que conoce, que otras personas que conocen lo mismo.

Voy a intentar explicarme.

En el ámbito de la religión, qué es en el que estoy discurriendo, un epiléptico que haya estudiado y profundizado en el cristianismo, por ejemplo, trabaja en una doctrina que puede ser conocida por todos, pues todos los que lo deseen tienen acceso a la Biblia.

Es decir, el conocimiento bibliográfico del Dios cristiano, puede ser el mismo que el de otro que haya estudiado con el mismo interés.

Pero no es la misma la sensación de integración con ese Dios cristiano al que ambos acceden.

La enfermedad en general y la epilepsia en particular, la hacen mucho más profunda.

Entra más en la intimidad la persona enferma, epiléptica en concreto por lo específico de esa dolencia, confundiéndola con su propia identidad.

Es decir, el epiléptico no se inventa un Dios, sino que conoce al mismo Dios que conocen quienes lo han querido conocer, pero de una forma más apasionada e íntima, quizás podríamos decir de una forma más mística.

Creo que se podría decir, en términos coloquiales actuales, de una forma más empática.

Para intentar acabar de explicarlo, la enfermedad no aporta ciencia o conocimiento que no aporte el estudio, sino que aporta otra sensibilidad para interpretarlo.

Por ahí fallan los argumentos de los ateos que intentan reducir la religión al producto de una situación enfermiza.

El cerebro del epiléptico no crea ni destruye, sólo interpreta.

De una manera más delicada. sutil y empática.

No conocía este argumento ateo y me sorprendió cuando se lo escuché en una conferencia a un teólogo católico.

Al momento me planteé si eso podía llevar a alguna parte.

Tras documentarme con lo que tenía a mano, llegué a la conclusión que te acabo de explicar.

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