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miércoles, 1 de enero de 2020

Badalona, la playa y Costa Rica.

Pasé mi juventud veraneando en Badalona bajo la custodia de mi abuelastra, una catalana con sangre holandesa que era una gran persona, casada con un médico forense  muy culto que ejercía además la medicina general con los vivos. Debía ser lo más parecido a un santo. Eso es lo que recuerdo de ellos.

Mi rutina era ir a la playa a primera hora de la mañana, quemarme la piel, volver a casa a comer y de nuevo a la playa, a cultivar melanomas. Los primeros días las tardes las pasaba en un ¡hay!, con compresas de vinagre sobre la espalda. Luego ya los ultravioletas ejercían su malvada función sin hacerme daño, que notase.

En la playa había unas cuerdas que discurrían perpendiculares a ella hasta unas botas de madera que flotaban fondeadas o mediana distancia. Era una solución barata para delimitar la zona de baño; las botas eran el destino para los más avezados nadadores, entre los que me encontraba. Hoy la Administración se ha de gastar miles de euros para balizar toda la costa de baño, pues la ciudadanía es más idiota que antes y necesita de un canuto para hacer la “o”. Siempre he creído que Darwin se equivocó de matiz; el hombre no desciende del mono, tiende al mono.

Mi equipo de baño era el bañador que llevaba y traía enrollado en una toalla, y mi destino una caseta en La doncella de la costa, que aún existe pero con otra estructura empresarial. Para pasar la vía del tren sólo debía mirar a un lado y al otro. Hoy la vía es una barrera entre la playa y el núcleo urbano.

El bañador y la toalla. Fue el principio de mi estilo de viajar; una muda que comparte el bolsillo con una pequeña cámara fotográfica y la documentación. En una ocasión en Costa Rica las autoridades me retuvieron en el aeropuerto porque no entendían que viajara sin equipaje. No lo acabaron de entender, pero me debieron ver cara de tonto y al fin me dejaron seguir.

Todo cambia a mal. No voy a reivindicar las caducas y erróneas tesis maltusianas. Hay suficiente para todos y más, pero está mal repartido…, y con el tiempo nos vamos idiotizando. O hemos cambiado los valores por otros peores, que en el fondo es lo mismo, pues sólo los idiotas cambian lo bueno por lo peor.

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