Pasé
mi juventud veraneando en Badalona bajo la custodia de mi abuelastra, una
catalana con sangre holandesa que era una gran persona, casada con un médico
forense muy culto que ejercía además la
medicina general con los vivos. Debía ser lo más parecido a un santo. Eso es lo
que recuerdo de ellos.
Mi
rutina era ir a la playa a primera hora de la mañana, quemarme la piel, volver
a casa a comer y de nuevo a la playa, a cultivar melanomas. Los primeros días
las tardes las pasaba en un ¡hay!, con compresas de vinagre sobre la espalda.
Luego ya los ultravioletas ejercían su malvada función sin hacerme daño, que
notase.
En
la playa había unas cuerdas que discurrían perpendiculares a ella hasta unas
botas de madera que flotaban fondeadas o mediana distancia. Era una solución
barata para delimitar la zona de baño; las botas eran el destino para los más
avezados nadadores, entre los que me encontraba. Hoy la Administración se ha de
gastar miles de euros para balizar toda la costa de baño, pues la ciudadanía es
más idiota que antes y necesita de un canuto para hacer la “o”. Siempre he
creído que Darwin se equivocó de matiz; el hombre no desciende del mono, tiende
al mono.
Mi
equipo de baño era el bañador que llevaba y traía enrollado en una toalla, y mi
destino una caseta en La doncella de la costa, que aún existe pero con otra
estructura empresarial. Para pasar la vía del tren sólo debía mirar a un lado y
al otro. Hoy la vía es una barrera entre la playa y el núcleo urbano.
El
bañador y la toalla. Fue el principio de mi estilo de viajar; una muda que
comparte el bolsillo con una pequeña cámara fotográfica y la documentación. En una
ocasión en Costa Rica las autoridades me retuvieron en el aeropuerto porque no
entendían que viajara sin equipaje. No lo acabaron de entender, pero me
debieron ver cara de tonto y al fin me dejaron seguir.
Todo
cambia a mal. No voy a reivindicar las caducas y erróneas tesis maltusianas. Hay suficiente para
todos y más, pero está mal repartido…, y con el tiempo nos vamos idiotizando. O
hemos cambiado los valores por otros peores, que en el fondo es lo mismo, pues
sólo los idiotas cambian lo bueno por lo peor.
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