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jueves, 23 de enero de 2020

Travesía Blanes Estartit. Aventura en la Costa Brava (Gerona-España).

Arriba, Asensi sobre la peña, entre las rocas la barca y el bagaje. (foto: Felipe Pérez Leiva).

La división territorial de España parece que ha sido más el producto de una calculada previsión inteligente que el azaroso resultado de la Historia.

Cataluña, por ejemplo, es un lugar privilegiado donde uno se puede perder en las magníficas cumbres del Pirineo o sentir el vértigo de los acantilados en la Costa Brava, y todo no de una belleza mediocre, sino extrema.

Con semejantes paisajes siempre he buscado vivir mi aventura particular en esos escenarios.

Así. en agosto de 1983 enredé a Felipe para vivir una aventura costeando los acantilados de la Costa Brava durante dos días a bordo de una pequeña embarcación neumática.

Fue una aventura irrepetible pues hace 37 años esa Costa no tenía nada que ver con la de hoy, más humanizada y concurrida para bien de la economía inmediata pero mal para la Naturaleza.

Y también para mal de la economía a largo plazo.

El desarrollismo postfranquista ya acabó, pero pasó el testigo al desarrollismo democrático y éste al desarrollismo nacionalista y separatista, matices semánticos de un mismo discurso político, que en nada o poco se refleja en la Naturaleza y en sus inquilinos nativos, privados de voto.

Fueron dos días idílicos, con un tiempo excelente y con la ocasión de acceder con la barquita a los lugares más infranqueables de la zona de costa comprendidas entre las poblaciones de Blanes y Estartit.

De día navegábamos pegados a los acantilados y penetrando las más pequeña anfractuosidades en las que cupiera la barca, a veces ayudada por nuestras manos que la hacían avanzar entre las paredes de roca.

Así nos bañamos en aguas que se encontraban en el fondo de altos pozos que de acceder a ellos por tierra daría vértigo asomarse y ver a un par de ciudadanos bañándose en el fondo.

O accedíamos a cuevas magníficas a las que no delataba la angostura de su entrada.

José María Asensi, localizando los rincones en la carta náutica.
Arriba, grieta que da paso a la calita de cantos rodados que vemos dentro de la cueva de abajo, en la que está Asensi sobre la barquita. (foto: Leiva).

La noche que nos ocupó sacamos la barca a una cala de arena y la inclinamos apoyándola en un remo para que hiciera de tejado precario frente al relente.

La cena la preparó Felipe calentando unas piedras que luego enterró en la arena junto a la comida para que esta se hiciera al calor del improvisado horno. Felipe era habilidoso en esos recursos, como un boy scout avezado, pero en su caso autodidacta.

Así sólo dos días. ¡Una vida me hubiera pasado en esa aventura!

Y es que la aventura flota en todo lugar, sólo hay que tener corazón para reconocerla y sentido común para llevarla a cabo.

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