Dedico esta entrada a una sociedad en crisis
existencial.
Desde siempre me ha gustado la historia natural, lo
digo y discurro sobre ello en alguno de los libros que anuncio en el blog.
Pero cuando llegó la hora de elegir carrera le
planteé a mi padre mi interés de estudiar biología. Con buenas palabras, pues
mi padre era hombre muy correcto, me dijo que andaba herrado. Me dejó claro,
argumentándomelo, que la biología tenía pocas salidas profesionales y que poco
menos me metía en un callejón sin salida. Me recomendó estudiar economía o
derecho, que tenían un espectro profesional más amplio. Además, las consideraba
mejor adecuadas a mi perfil personal e intelectual.
Fiel hijo, opté por la economía, aunque una vez
acabada la carrera de ciencias políticas económicas y comerciales, que es como
se llamaban entonces esos estudios con una duración de cinco años y dos de
doctorado, me di cuenta de que, en realidad, tenía más interés y vocación por
el derecho. Oposité y obtuve una plaza de técnico superior de economía en la
administración local, lo que me permitió ganarme las lentejas, pero no
satisfacer mi vocación (a lo largo de mi vida me he planteado en varias
ocasiones si no me hubiera realizado más profesionalmente ejerciendo el
derecho).
Transcurrió un año, entre el fin de mi licenciatura en economía y la oposición, tiempo en el que estuve recluido en una habitación de
casa, estudiando temas que no tenían nada que ver con la biología pero que, aun
así, satisfacían a mi inagotable e indiscriminada sed de conocimiento; incluso
leo con atención y aprovechamiento, los prospectos de los medicamentos que me
prescriben a mi o a alguien cercano. Nunca me ha molestado estudiar.
Pero claro la cabra tira al monte y una vez que obtuve
la plaza como economista, me planté estudiar biología.
Aquí viene una observación que puede ser provechosa
para quien quiera hacer lo que yo hice. Y es que una vez que uno tiene las
necesidades vitales cubiertas, no pone el mismo interés en las cosas, que
cuando las hace para poder comer.
Empecé biológicas matriculándome en las asignaturas
que me interesaban y dejando las que tenían al frente verdaderas momias. Había
asignaturas con catedráticos magníficos y con catedráticos petardo (entonces la
universidad era muy endogámica y creo que lo sigue siendo). Elegí las de los
magníficos. Si me acuerdo, hablaré otro día de ese tema. Si no lo hago me lo
puedes recordar.
Al tiempo me podía permitir el asistir a seminarios
que me interesaban pero que no eran necesarios para obtener la titulación
académica; recuerdo un seminario que impartía el Dr. Margalef Sr., de
reconocido prestigio internacional en el tema de la ecología. Este seminario me
abrió los ojos en distinguir entre el saber saber y el saber transmitir, es
decir, entre el conocimiento y la capacidad docente. No sé si hoy, que la
universidad es tan cara, se pueden cometer esos excesos de asistencia. Entonces
se había total libertad para entrar en cualquier aula.
También me pude permitir el enfrentarme a la
institución en el tema de las prácticas de vivisecciones inútiles para aprender
cosas innecesarias. Por ejemplo, mientras estudiábamos en la teoría a los
protozoos, en las prácticas nos obligaban a abrir ranas vivas. No abrí ninguna,
por lo que tuve problemas con la asignatura. No sé si seguirán con ese método
pedagógico absurdo y cruento.
También replicaba los profesores con absoluta
libertad cuando decían cosas grotescas en temas que conocía, como eran aspectos
concretos de biología marina. Podría poner ejemplos, pero me extendería
demasiado y ahora no es esa mi intención.
En definitiva, que estuve tres años en la facultad
de biológicas aprendiendo lo que me interesaba y dándome un baño general de lo
que es la apasionante ciencia biológica. Visto el mercado profesional de
entonces, dejó de interesarme la biología como modo de ganarme la vida, que ya
me la ganaba, pero la seguí estudiando como base imprescindible de
conocimiento.
Luego he visto que mi planteamiento era bueno pues,
con pocas excepciones, no he conocido un biólogo feliz ejerciendo su profesión.
Sin duda los habrá, pero yo no los he conocido.
Con la economía trabajé como mercenario intelectual
en la administración pública y en la empresa privada, lo que me he procurado
una vida a veces muy difícil en el día a día, pero a la vez me ha proporcionado
recursos para poder acercarme a la naturaleza con mis medios como pequeñas expediciones
que he organizado, en las que me he rodeado de biólogos de los que he aprendido
de primera mano aspectos concretos que me interesaban; con herpetólogos en las
Islas Columbretes, ornitólogos en las Islas Medas o en el Delta del Ebro, con
botánicos y geólogos en Granada y Almería…
Si en lo intelectual pusiera en el platillo de una
balanza el sacrificio de una buena parte de mi vida, que me ha supuesto dedicar
jornadas de trabajo a la economía y en el otro la satisfacción que ha sido
aprender sobre el terreno aspectos concretos de la vida silvestre,
probablemente pesaría más este segundo aspecto.
He satisfecho con creces mi pasión por la naturaleza
sin la servidumbre de estar sujeto a un amo o a un compromiso. Eso no tiene
precio.
Pero las secuelas de adquirir esos conocimientos y
de disfrutar de completa libertad sin servidumbres han sido terribles, aunque a
largo plazo recompensadas.
Porque tener tiempo y ganas de editar este blog de
divulgación de aspectos de la naturaleza basados en experiencias propias, por
nimias que sean, sin que me condicionen la audiencia ni los algoritmos, es el
bálsamo de Fierabrás.
En lo intelectual, todo bien.
Pero los chinos dicen que el mejor trabajo es el que
está al lado de tu casa. Y el modo de vida que he contado no está cerca de
casa, ni de la familia, lo que supone un distanciamiento de lo afectivo. Pasa
siempre que el trabajo tira demasiado.
Si ese trabajo te da rentas y fama, la familia te
perdona verte poco.
Pero no he sido un afamado futbolista, ni un avezado
y escurridizo político, sino un trabajador dedicado a la cultura en un país en
crisis existencial, que ha ofrecido lo que para una prole normal habría sido
más que suficiente, pero insuficiente para perfiles exquisitos o que se han
hecho expectativas erróneas de su personalidad.
La honradez y los principios son incompatibles con la
riqueza y con una sociedad en crisis existencial.