Como me comprometí hace unos días, o quizás semanas, he entrado en el hotel del puerto de Badalona para ver cómo es por dentro.
Para ello fui a comer al restaurante del hotel un día en que había poca gente.
No voy a hablar de la comida pues como he dicho en otras ocasiones, no soy un crítico gastronómico.
Hall. |
Cafetería. |
Por eso, solo diré que la comida me gustó y que el ambiente era muy tranquilo y el personal del comedor encantador.
Comedor. |
El agua está personalizada, lo que le da un toque de depuradora casera. Esto puede no importar para un menú, pero quizás sí para una carta.
No entiendo de eso.
En algunos lugares, el suelo y los capiteles son de mosaico hidráulico antiguo, lo que da un sello al espacio. |
Menú. |
Todo dentro de una decoración sencilla pero muy acogedora.
Quien tendría que hablar de la comida sería
Angélica, que tiene un morro fino, tan fino que, si un servidor fuera
propietario de un restaurante, me asustaría verla entrar.
Pero no le dejo escribir en el blog. Solo traigo
fotografías suyas.
Como una imagen vale más que mil palabras traigo
algunas imágenes del hotel, con lo que me ahorro varios miles de palabras, que
siendo la hora de la siesta es de agradecer.
Verás en las imágenes que el aspecto es muy bueno.
Para mi gusto, excelente, por razones en las que no entro para no alargarme.
Pero no se ven, dos asuntos puntuales que dicen
mucho.
En el hall me encontré con una señora en bikini, de
esos que dejan las nalgas al aire, que se sentó en uno de los sillones del hall.
Debía ser una usuaria de la piscina, pero
normalmente los usuarios de las piscinas no aparecen en determinadas zonas del
hotel y si lo hacen es con albornoz.
Y desde luego, nunca he visto que nadie siente sus
nalgas al desnudo en el sofá de un hall ni de ningún otro sitio en lugares cerrados.
Incluso en los hoteles nudistas de Almería, el
cliente pone una toalla sobre el asiento, antes de asentar sus nalgas.
Quizá el no cuidar ese detalle, tuviera algo que ver
con la bisoñez que me pareció apreciar en el personal de recepción, que era
mucho, pero parecía menos.
Mi comida no dio para más.
En resumen, diré que la visita me recordó la
fábula de Esopo de la zorra y la máscara.
En ella, una zorra se encuentra con una máscara de
teatro griego y la coge, la mira y dice, ¡oh que cabeza más bonita, pero sin
cerebro!
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