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miércoles, 6 de agosto de 2025

Problemas en Costa Rica.

En este rio viven cocodrilos. En otra entrada los veremos.
La cartera de María, mi equipaje para viajes largos.
Con el guía y mi compañero, el bastón, vamos a la selva.
Saliendo del hospedaje, muy digno, tanto por fuera, como por dentro.

Me va a costar no hacer larga esta entrada. Pero intentaré un esfuerzo de síntesis.

En su día viajé a Costa Rica y tuve que pasar una aduana estadounidense.

Algo debió pasar, que me retuvieron en el aeropuerto.

Les extrañó, al facturar, que viajara sin equipaje y llamaron a alguien, que dio el visto bueno. Mi único bulto era una mochilita del colegio de mi hija pequeña. Esa misma carterita la utilizaría años después para hacer el camino de Santiago. La carterita y unas alpargatas.

Pero no creo que se fuera el motivo del problema.

La cuestión es que, una vez ya avisado para embarcar, me metieron en una habitación pequeña, con una bancada que la circundaba y que estaba ocupada toda ella por personas de aproximadamente mi edad, pero con atuendos barbas de aspecto musulmán.

Me senté entre ellos y al poco aparecieron dos policías, equipados como si fueran a la guerra, llevando un enorme e inquieto rottweiler atado en corto. Los policías fueron pasando a lo largo de toda la bancada, asustando con el perro a las personas que se encontraban sentadas en ella, que retrocedían aterradas cuando el animal les ponía las patas encima.

Al llegar a mí, el perro se me subió, como todos, pero me encantan los animales y le cogí la cabeza por las orejas acariciándoselas como he hecho siempre con mis perros. El animal pareció encantado y me intentó lamer, pero el policía que lo llevaba le dio un tirón brutal que le obligó a separarse de mí.

Después Nos hicieron salir a todos y a mí me llevaron a una habitación grande muy bien iluminada, en la que había un policía mulato, esta vez sin armas ni aspecto guerrero, que hablaba español. El hombre era grandote, gordo y destilaba bondad y simpatía.

Me hizo desprenderme de toda la ropa incluidos los zapatos, excepto la ropa interior.

No hablamos prácticamente nada. Él me decía lo que tenía que hacer y yo lo hacía.

Hasta que al final le pregunté ¿tengo que perder el avión? y él me dijo; .

Las cosas pintaban mal, pero en un momento determinado, me dijo que me vistiera y que me podía ir. Había pasado ya con mucho, la hora de salida del avión. Le hice caso y salí apresurado.

Entonces me pasó algo sorprendente

El aeropuerto estaba vacío y no sabía por dónde ir, pero apareció alguien que, por el uniforme, debía ser de la tripulación, que me señaló un camino.

Aceleré el paso hacia donde me señalaba y al acabar el pasillo, otro miembro de la tripulación, sonriente como el otro, me indicó otra dirección y la seguí. Y así hasta tres veces, en las que cada uno me iba apremiando con la mano; adelante, deprisa, para que corriera y así hasta que entré en la pasarela de embarque y llegué al avión.

Entré y me morí de vergüenza, al ver a cientos de pasajeros sentados, mirándome, hasta que me senté en mi asiento y enseguida despegamos.

No sé qué debían pensar todos los pasajeros de aquel vuelo trasatlántico, que habían estado esperando tanto tiempo, a un personajillo con aspecto de mindundi.

Pero así ocurrió y así lo cuento.



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