A mis margaritas.
La margarita es una flor magnífica.
Bueno…, como en tantas otras ocasiones, no soy
objetivo porque es una planta a la que quiero mucho.
La margarita de siempre, la blanca y amarilla.
Hoy traigo aquí unos híbridos muy bonitos, pero no
los quiero tanto como a las margaritas de siempre.
Mi cortijo de Almería, estaba emplazado en un páramo
en el que sólo se veían cactus y suelo infértil.
A los pocos años de vivir allí, ya no se veía ni
eso; sólo un mar de plásticos de invernaderos.
Lo único que me alegraba la vida cada mañana, cuando
salía de casa, era un matojo de margaritas, que deslumbraban entre tanta
monotonía y desgarro de paisaje.
Estuvieron allí hasta que me fui.
Mi alma se quedó con ellas.
Pétalos blancos como la nieve, que surgían de un
suelo parduzco sobre el que, en días de calor insoportable, se veían correr las
garrapatas a miles.
Todo era confuso, salvo el blanco de los pétalos de
mis margaritas y las paredes del cortijo, que cada año encalaba.
Solucioné lo de las garrapatas, enterrándolas bajo
un suelo de lascas messinienses, con las que pavimenté todo lo que rodeaba la
casa, dejando libres el espacio de un estanque para patos, que diseñé y
construí justo enfrente de la puerta de casa y el rodal de la planta de
margaritas.
Algunas de las margaritas de esta entrada, no son las mismas.
Están vestidas de fiesta.
Quedan un poco horteras al lado de mis margaritas
vestidas de campo.
Pero también son bonitas.
Por eso las traigo.
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Margaritas. |
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Margaritas. |
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Margaritas de Maria Dolors. Las de siempre. |