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martes, 28 de mayo de 2024

Margaritas.

A mis margaritas.

 

La margarita es una flor magnífica.

Bueno…, como en tantas otras ocasiones, no soy objetivo porque es una planta a la que quiero mucho.

La margarita de siempre, la blanca y amarilla.

Hoy traigo aquí unos híbridos muy bonitos, pero no los quiero tanto como a las margaritas de siempre.

Mi cortijo de Almería, estaba emplazado en un páramo en el que sólo se veían cactus y suelo infértil.

A los pocos años de vivir allí, ya no se veía ni eso; sólo un mar de plásticos de invernaderos.

Lo único que me alegraba la vida cada mañana, cuando salía de casa, era un matojo de margaritas, que deslumbraban entre tanta monotonía y desgarro de paisaje.

Estuvieron allí hasta que me fui.

Mi alma se quedó con ellas.

Pétalos blancos como la nieve, que surgían de un suelo parduzco sobre el que, en días de calor insoportable, se veían correr las garrapatas a miles.

Todo era confuso, salvo el blanco de los pétalos de mis margaritas y las paredes del cortijo, que cada año encalaba.

Solucioné lo de las garrapatas, enterrándolas bajo un suelo de lascas messinienses, con las que pavimenté todo lo que rodeaba la casa, dejando libres el espacio de un estanque para patos, que diseñé y construí justo enfrente de la puerta de casa y el rodal de la planta de margaritas.

Algunas de las margaritas de esta entrada, no son las mismas.

Están vestidas de fiesta.

Quedan un poco horteras al lado de mis margaritas vestidas de campo.

Pero también son bonitas.

Por eso las traigo. 

Margaritas.


Margaritas.

Margaritas de Maria Dolors. Las de siempre.

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