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lunes, 22 de enero de 2024

Un naturalista en protección civil.

 Dedico esta entrada a Figueruelo jr., un joven que me pareció, introvertido dulce y entrañable, que conocí brevemente a bordo del barco-escuela CRIS 1.

 

En la fotografía (1.XII. 1981), el Asensi, entonces director de la escuela de protección civil de Barcelona.

Creo que fue la primera escuela de protección civil de carácter municipal en España.

A la izquierda de la imagen, se ve uno de los alumnos con el equipamiento completo. No recuerdo su nombre, pero es como si ahora lo tuviera delante. Se aprecia a una persona madura.

En la escuela se formaban ciudadanos barceloneses sin distinción alguna; tenían en común que eran personas inquietas con afán de servir a su ciudad.

Este proyecto fue impulsado contra viento y marea por Fernando Ferrer Viana, bajo la instrucción política de Antonio Figueruelo, director general de Protección Civil, que al poco se fue a Madrid y allí se le la pista.

Para empezar, tengo que decir que la escuela de Protección Civil fue un éxito sin precedentes, hasta el punto de que despertó los celos de la ONCE que vio en la escuela una competencia que en realidad nunca se pretendió.

Hasta tal punto fueron esos celos y la fuerza fáctica de esa organización, que la escuela de protección civil duró menos que un caramelo a la puerta de una escuela y subió como bajó.

Quizá fue lo mejor que le podía haber pasado a la escuela a la ONCE y a Barcelona, pues era un proyecto visionario fuera de su tiempo, como lo fueron otros de Ferrer, que duraron mientras que este estuvo al frente.

En este caso la criatura falleció antes que su promotor.

Para tener más enjundia y animar a los voluntarios, Ferrer propuso a Figueruelo que los alumnos llevaran un uniforme que les acreditara como tales y que fuera operativo en los proyectos en los que se debían actuar entre gente de paisano.

Para esto propuso distintas versiones de uniformes, pero Figueruelo, que era un hombre muy pusilánime, los rechazaba todos alegando que parecerían fuerzas paramilitares, lo que despertaría recelos entre sus correligionarios socialistas.

Como después de mi experiencia durante años con políticos los conozco como si los hubiera parido, le propuse a Ferrer que presentara una propuesta de uniforme con un mono de trabajo de color calabaza y un casco como elemental protección de la cabeza.

Le dije que el mono era equipo de obrero por lo que los que lo utilizaran serían en realidad obreros que hacían un trabajo solidario.

Así lo hizo Ferrer y el uniforme triunfó.

Una vez que equipamos a los voluntarios quedé horrorizado del resultado, viendo que parecían milicias paramilitares más que otra cosa y pensé que aquello duraría cuatro días.

Pero no, duró hasta el final, que fue próximo siempre, bajo la euforia de los politiquillos, que veían en aquella payasada una fórmula idealizada de ciudadanos transformados en obreros sociales.

Pero así es la vida y así son los políticos.

De todas formas, la experiencia ya he dicho que duró poco pues no hay político que sea capaz de oponerse a la única organización nacional que funciona.



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