Edificio novísimo del Ayuntamiento de Barcelona(1977). |
Página de La Municipal número 62, citando el incidente que narro. En cuando pueda, la traduciré y haré mas visual el texto. |
En distintos rincones del blog he hablado, en tono educado
pero reflejando una molestia evidente, del abigarrante urbanismo de la zona
costera del Maresme, citando concretamente a Masnou y Tiana.
De Barcelona hay ya poco que decir.
Me parece excesivo ese amontonamiento de personas donde priva el interés económico sobre el bienestar de los ciudadanos.
Estos hacinamientos traen consecuencias negativas para las personas y para la comunidad.
Pensando en ello he recordado
una actividad urbanística que logré redirigir de un modo que aún hoy me
sorprende.
Se trata de una iniciativa mía que sirvió de bandera para la administración, en un tema que acabó cómo quería, aunque me pasó por encima como una apisonadora.
No está mal lo que bien acaba.
Me refiero al rascacielos que construyó el
Ayuntamiento de Barcelona en el casco antiguo de la ciudad, para albergar parte
de sus oficinas.
Se le conocía entonces como edificio novísimo.
Se construyó en la plaza de San Miguel, junto a la
plaza de San Jaime y aún hoy sigue en pie, pero con dos plantas menos que el
edificio original.
Creo que el rascacielos cumplía un verdadero récord Guinness
de incumplimiento de normativas urbanísticas y además estaba aplacado con unas
inmensas losas que tenían la mala costumbre de desprenderse.
Un servidor estaba entonces trabajando como técnico superior en economía, en el gabinete técnico de programación, junto con otros economistas y letrados, incluido el bueno de Pascual Maragall, que luego sería alcalde Barcelona. A mi modo de ver, con diferencia, el mejor alcalde contemporáneo.
Aprovechando la circunstancia de que una gotera de las muchas que había, humedeció el falso techo y desprendió una de las placas,
que cayó sobre mi cabeza, se inició una campaña, abrigada por los titulados
superiores que allí estábamos, para conseguir que se eliminaran los dos pisos
superiores del rascacielos.
No fue una lucha denodada, pues creo que la
administración temía que el edificio colapsase cualquier día, por lo mal que
estaba construido.
Pero no tenía argumentos para demolerlo sin quedar
en evidencia frente a la ciudadanía.
Me hizo gracia cuando me enteré de que el expediente de derribo se iniciaba citando mi nombre y mi percance.
Reproduzco aquí la
noticia que justificó las obras, aparecida en La Municipal número 62.
A veces pienso que tendría que haber más asensis que
desde su humilde condición de trabajador, se metieran en camisas de once varas.
He buscado fotografías de este rascacielos en
Internet y es dificilísimo encontrar una.
La de aquí guárdala como oro en paño.
Con ella puedes hacerte una idea de cuál es el
concepto urbanístico de la época.
Me fastidia, porque son gente que sabe cómo se ha de
cumplir para ser un buen ciudadano, lo pregonan a los cuatro vientos, pero en
cuanto llegan al poder, su grado de cinismo e incoherencia es tal, que producen
monstruos como este rascacielos, en el casco antiguo de una ciudad milenaria.
Nunca he querido llamarme ecologista por las
connotaciones de incoherencia y trilerismo que esa palabra conlleva.
De todas maneras, eso es lo que trajo lo que ahora
llaman democracia que es la tiranía vestida de seda.
¡UY!... me he metido en política sin darme cuenta.
Te pido perdón con profunda reverencia oriental procurando no darte un
cabezazo.
Pero los casoplones de nuevos ricos de subvenciones
y las colmenas cutres a lo soviético, siguen creciendo como setas.
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