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Basílica de la Purísima Concepción y Asunción de Nuestra Señora. Foto: Angélica Regidor. (Fachada). |
Siempre la he llamado Iglesia de la Concepción, pero
su nombre es basílica de la Purísima Concepción y Asunción de Nuestra
Señora.
Era la parroquia de mi barrio.
Recuerdo cuando de pequeño íbamos los domingos a
misa.
Son recuerdos muy vagos.
Tengo conciencia de mi padre y de mi abuela.
Ninguna de mi madrastra ni de mis hermanas.
Luego íbamos a Reñé, una pastelería de estilo modernista muy
nombrada, a comprar un brazo de gitano o unas
lionesas y luego a casa.
La comida del domingo era especial y comíamos pollo
asado.
Recuerdo a mi madrasta en las comidas.
Cocinaba bien.
Pero no a mis hermanas ni a mis abuelos.
¡Menudo desmadre de neuronas!
Era el ritmo dominguero de una familia de clase
media catalana de los años 60 del siglo pasado.
¡Qué viejo me siento citando mis batallitas del
siglo pasado!
Hoy esto ya es impensable.
Prácticamente no existe la clase media catalana.
Entonces el templo se llenaba a rebosar.
Hoy no sé cuál será la asistencia.
No sé si existe Reñé, es un delito hablar de brazo
de gitano como especialidad repostera y el pollo es una comida rápida de
pobre.
Las calles estaban limpias y no veías gente rara o
extravagante.
Creo que muchos estábamos contentos con nuestra
condición.
Pero volvamos al templo que es el motivo de esta
entrada.
Hacía décadas que no lo pisaba.
Excepcionalmente durante mi juventud, había venido en
alguna ocasión, para recogerme en una capilla anexa dedicada, creo, a san Pío
de Pietrelcina.
Esta vez me trajo un asunto tan mundano, como
despedir a unos excursionistas que se iban de campamentos.
La espera en el claustro me fue provechosa porque
tuve ocasión de disfrutarlo de nuevo.
La Iglesia no tiene secretos ni misterios a pesar de
que su ambiente inspira pasillos secretos y habitaciones ocultas.
No, no hay nada de eso.
Si
hubo algo ya no queda nada, pues
en el siglo pasado se trasladó piedra a piedra, el que era monasterio de monjas
de Santa María de Junqueras, para ser la actual
basílica.
Es, guardando las distancias, como el
majestuoso templo de Ramsés II, que se trasladó para que no fuera engullido
por las aguas de la presa de Asuán.
Santa María de Junqueras, inició su vida monacal en el año 1300, en el casco
antiguo de Barcelona, (junto a sus murallas), hasta su traslado en el s.
XIX, donde hoy sigue, cambiándole el nombre y el uso.
Te recomiendo que busques en internet la
apasionante y rocambolesca historia de Santa María de Junqueras, sobre
todo si conoces Barcelona y te apetece irte un poco más atrás.
Sólo un poco, porque irte más de un poco,
puede producirte el síndrome de Stendhal.
Me llamó la atención la calidad y buen estado de
conservación de la piedra del templo.
En esa época, para todas las construcciones nobles y
no tan nobles de Barcelona se utilizaba piedra de Montjuich, un gres
cuarcítico del mioceno (se formó hace aproximadamente 15 millones de años).
En los lugares más pulidos por el manoseo humano,
brilla como el mármol, lo que es característico de esta roca.
Es una roca de gran calidad, cómo se puede apreciar
en las construcciones actuales que se conservan.
Hasta tal punto es excelente esta roca, que la
ciudad se comió la cantera, hasta el punto de que dejó de utilizarse para
destinarla exclusivamente a la construcción de la Sagrada Familia.
Eso pensaba mientras esperaba a que se embarcaran en
los autocares, los jóvenes que decoraban con sus animadas voces. el silencioso
claustro de la Iglesia de la Concepción, en una tarde oscura.
En el claustro de una iglesia que está donde no
estaba, pero que siempre fue hija de Montjuich.
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Basílica de la Purísima Concepción y Asunción de Nuestra Señora. Foto Angélica Regidor. (Fachada). |
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Basílica de la Purísima Concepción y Asunción de Nuestra Señora. (Claustro). |