No voy a entretenerme repitiendo, aunque sea con
otras palabras o matices, lo que ya he escrito en otras entradas.
La sala cardenal Carles, era un espacio que diseñé
con mi criterio pedagógico, ensayado durante más de veinte años, para enseñar
naturaleza a los niños.
Uno de los primeros reconocimientos que tuvo este
método, fue su especial valoración en las primeras jornadas sobre educación
ambiental (Sitges, 13 a 16-10-1983).
Desde el principio de este trabajo, estudié, luz
espacio y contenidos, para que atrajeran la atención de los niños y estimularan
su interés por aprender.
La colección y su particular exposición, tuvieron mucho
éxito durante más de tres lustros, hasta que llegó a Barcelona y se instaló en el
seminario.
Dicen que esa provincia de Cataluña, es la más laica
de España.
No lo sé, pero lo cierto es que nos comentaron algunos
de los visitantes, que en los institutos recibían instrucciones de no visitar
la sala, por encontrarse en el seminario, un recinto católico.
No importaba quienes lo gestionábamos.
Lo que importaba es que era que se trataba de un
recinto con significada imagen católica,
No podía luchar contra semejantes elementos.
No tenía fuerzas, ni ganas.
Una cosa es luchar contra molinos de viento, y otra enfrentarse
a la sociología.
Desde que nació, la colección que integraba la sala,
me había enfrentado al partido socialista en Granada y Almería.
Al partido popular en Almería.
Al partido andalucista en Almería.
Fue el coste del pensamiento libre.
La sala, en Barcelona, duró lo que duró, que fue
mucho gracias a la resistencia pasiva del seminario y al esfuerzo activo del
museo.
El seminario me ofreció subvenciones para mejorar el
espacio, pero no las acepté, porque la mejora sustancial que necesitaba la
sala, no se arreglaba con un lavado de cara.
El proyecto que tenía pensado era demasiado caro
como para enredar el seminario con unas perspectivas de asistencia precaria, en
vista del ambiente, que paradójicamente contrastaba con la satisfacción de los
institutos que visitaban la sala.
Mi proyecto era tirar el dinero.
Podría haberlo intentado, pero no con los recursos
tan escasos de una institución que tantas necesidades sociales imperiosas
tiene.
Y en el si sí, si no, en febrero de 2014, el
Guionista hizo como si me llamara, pero cambió de idea medio camino.
Ya conocía la broma, por lo que no me vino de nuevo.
Me quedé aquí, pero todo cambió.
Había llegado a tiempo para sustituir el tenebroso
muro que rodeaba el seminario, por una magnífica valla de diseño.
Y para despejar un trastero rebosante de suciedad y
trastos, dejándolo en una luminosa sala docente, por la que pasaron cientos de
niños hasta que dejaron de pasar, en parte por las circunstancias que he
comentado.
Hoy la luminosa y moderna sala diseñada para niños,
se ha fundido con la vetusta, venerable, oscura y centenaria sala del Museo
Geológico, que fundaron y gestionaron curas sabios, doctores en geología, para
mostrar la historia geológica de Cataluña.
No creo que haya en ninguna ciudad española,
incluida Madrid, un pozo de ciencia geológica local, tan rico como el que tan
descuidado está, en el museo geológico del seminario de Barcelona.
Y para disgusto de muchos, creado y mantenido por curas
católicos, que la decadente sociedad burguesa actual enfrenta a la ciencia.
Me apena pensar en el nivel intelectual de los
alumnos de esos institutos catalanes que confunden el culo con las témporas.
Cuando en alguna ocasión he estado de monitor con
alumnos de cursos superiores, he quedado asombrado de ver, no solo el poco
conocimiento que tienen de la naturaleza, sino del poco interés que tienen por
adquirir conocimiento.
Y es que los que hicieron a Cataluña grande, están
criando malvas, mientras se aprovechan de esa grandeza los zánganos de la
colmena. incluidos laicos sin futuro académico.
No hablo del estatus clerical, que hace lo que puede
en esta tempestad, sino de las autoridades políticas que calientan sillones y
hacen otras cosas que no detallo por deferencia a la audiencia y por la más prudente
autocensura, como elemento de supervivencia.
Pues ya, con un pie en el estribo, me gustaría
acabar cabalgando con dignidad.
O sin dignidad, pero subido al caballo.
O a la mula.
O a la burra.
O en la caja y en un carro, que, al fin, la memoria
de estos testigos es tan flaca, que da lo mismo como acabe uno, pues al rato
está olvidado.
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