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Dibujo: Libre CD. |
Atrevida
combinación, que sólo podría salir de un sesudo teólogo o de un experimentado
etólogo.
O
bien de un insensato profesor de historia y economía, interesado por la Naturaleza.
Ya
te he aburrido en otras ocasiones hablando del hombre y de su comportamiento
trascendente, intentando compaginar nuestra naturaleza animal con la de ese
adjetivo de racional, que inexorablemente nos acompaña.
Siempre
he sido prudente al tratar el tema y no voy a dejar de serlo. Pues, aunque
llevo años meditando sobre esa perspectiva del ser humano, avanzo despacio y a trancas
y barrancas.
No
porque nade contra corriente, sino también, porque hay tan poca agua en la que
nadar, que a veces se me viene a la cabeza la imagen del pez, cuando pasa a
pescado.
Parece
qué algunos autores ateos achacan la creencia en la existencia de Dios, a una
secuela de enfermedades como, especialmente, la epilepsia.
Es
decir, Dios no existe, pero un epiléptico, por ejemplo, puede hacer crecer en
su mente la imagen inexistente de Dios.
No
sé cómo extrapolan esa condición y sensación personal a una teoría general.
Pero
haciendo vista gorda, se podría llegar a la conclusión de que personas
influyentes y con la suficiente capacidad intelectual, podrían hacer creer que una
secuela enfermiza de un cerebro alterado, podría crear opinión en un
determinado ámbito y de ahí extenderse a otro más general.
De
entre las escasísimas razones que pretenden justificar la no existencia de
Dios, quizá ésta se encuentre entre las menos disparatadas y absurdas. Pero
creo que está también infundada.
La
elección de la epilepsia, no es baladí.
De hecho,
en la antigüedad se conocía la epilepsia como el gran mal o el mal de
los dioses. El rey Saúl, Alejandro Magno, Julio César,
Santa Juana de Arco, Isaac Newton y Dostoievski, fueron
epilépticos célebres, entre otros muchos.
Se
les atribuye la enfermedad, a Santa Teresa de Jesús y a San Pablo,
también entre a otros muchos.
La
epilepsia es una enfermedad sugestiva para levantar mitos.
Y probablemente no sólo
por lo aparatoso y espectacular de las crisis epilépticas, sino también porque
hilando fino, observadores cultos y meticulosos, pueden ver que además de esa expresión
aparatosa, en la epilepsia, hay algo más sutil, que es una percepción especial
y diferente del mundo.
El
epiléptico puede llegar a ver y en consecuencia razonar las cosas con una
óptica distinta.
No
digo si mejor o peor, pero desde luego sí distinta y más concretamente, creo
que con otro umbral de sensibilidad.
Pero
eso no quiere decir que el epiléptico pueda elucubrar sobre una realidad falsa
y ver un dios donde no hay nada.
En
absoluto, creo que el epiléptico ve más allá, en lo que conoce, que otras
personas que conocen lo mismo.
Voy
a intentar explicarme.
En
el ámbito de la religión, qué es en el que estoy discurriendo, un epiléptico
que haya estudiado y profundizado en el cristianismo, por ejemplo, trabaja en una
doctrina que puede ser conocida por todos, pues todos los que lo deseen tienen
acceso a la Biblia.
Es decir,
el conocimiento bibliográfico del Dios cristiano, puede ser el mismo que el de
otro que haya estudiado con el mismo interés.
Pero
no es la misma la sensación de integración con ese Dios cristiano al que ambos
acceden.
La enfermedad en general y la epilepsia en particular, la hacen mucho
más profunda.
Entra más en la intimidad la persona enferma, epiléptica en concreto por lo específico de esa dolencia, confundiéndola con su
propia identidad.
Es decir,
el epiléptico no se inventa un Dios, sino que conoce al mismo Dios que conocen quienes
lo han querido conocer, pero de una forma más apasionada e íntima, quizás
podríamos decir de una forma más mística.
Creo
que se podría decir, en términos coloquiales actuales, de una forma más
empática.
Para
intentar acabar de explicarlo, la enfermedad no aporta ciencia o conocimiento
que no aporte el estudio, sino que aporta otra sensibilidad para
interpretarlo.
Por
ahí fallan los argumentos de los ateos que intentan reducir la religión al producto de una situación enfermiza.
El
cerebro del epiléptico no crea ni destruye, sólo interpreta.
De una manera más delicada. sutil y empática.
No
conocía este argumento ateo y me sorprendió cuando se lo escuché en una
conferencia a un teólogo católico.
Al
momento me planteé si eso podía llevar a alguna parte.
Tras
documentarme con lo que tenía a mano, llegué a la conclusión que te acabo de explicar.