Por eso es normal que den a conocer sobre todo los parabienes de la autoedición.
El original puede ser bueno malo o mediocre y ahí está el único punto ventajoso que tiene la autoedición.
No hay que esperar impaciente a que el editor dé su visto bueno ni pasar por la humillación de que te lo rechacen. Este primer paso es muy discutible ya que la calidad del original es un asunto muy subjetivo y además está sujeto a la moda del tiempo; Van Gogh no vendió una sola obra en toda su vida pero hoy es un autor cotizadísimo.
Es decir, cualquier autor tiene todo el derecho a estar muy satisfecho de su obra y es justo que no se desee sentir coaccionado por la opinión de los editores. Pero claro está, esa opinión es definitiva para que el editor te edite la obra. Si es el propio autor el que la califica y la edita, la cuestión queda resuelta a la entera satisfacción del autor sin tensiones, dudas ni esperas.
A partir de aquí se acaban las diferencias entre la autoedición y la edición convencional y el camino es único... De Cómo autoeditar sin arruinarte en el empeño).
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