Icerya purchasi, pulgón cochinilla acanalada. |
El hábito no hace al monje.
Me mola este insecto australiano, hoy accidentalmente
cosmopolita.
Todo blanquito, afelpadito y pausado, da la impresión de no
haberse comido un rosco.
Pero es más malo que la quina.
Es una plaga para muchos frutales y encima induce a que
otros insectos sean plaga.
Porque además, como otros pulgones, segrega una sustancia
edulcorada que atrae a más indeseables.
Casi parece una personita.
Además, estoy un poco cansado de la sociedad en la que me encuentro.
Acostumbrado a una estabilidad en mis valores y gustos, me
marea el ritmo convulso de discoteca en el que vive la sociedad actual. No toda, que no la conozco, pero sí la del primer mundo en el que vivo.
He procurado pasar toda mi vida lo más apartado posible del
ruido, pero manteniendo las indudables ventajas que tiene el vivir en una
sociedad civilizada.
Sin embargo, estamos entrando en un extremo que no he
conocido hasta ahora.
Parece que todos se han vuelto locos, buscando un no sé qué.
Con tanta vorágine se corre el riesgo de perder las
referencias.
La política, desde luego no es referencia de nada, pues
cada uno piensa de una forma hoy y de la contraria mañana, manteniendo las
mismas siglas, o no.
Más de lo mismo ocurre con la religión.
Han estado dos mil años tranquilos y justo ahora me toca a
mí el lío.
Bueno ha habido un par más de líos históricos, pero
entonces no te enterabas si no vivías al lado.
Lo único que se mantiene estable es lo que el hombre va dejando
de la naturaleza.
El macho se cruza con la hembra y tienen descendencia y así
hasta que se los comen.
Cae la semilla y crece el árbol verde y hacia arriba.
Así hasta que lo talan.
Vuela el murciélago comiendo insectos, hasta que los
insecticidas lo intoxican.
Y aunque acaben mal macho y hembra, siguen buscando
descendencia, el árbol sigue intentando crecer y el murciélago sigue comiendo
insectos.
Para mí esa estabilidad es una buena referencia.
Ese es mi aliento.
Por eso sigo sacando en este blog, un día un bicho, otro
día una planta y otro una piedra.
Me dirás ¿qué sentido tiene eso?
Es un recordatorio de que la naturaleza es el
espejo en el que nos hemos de mirar, para mantenernos cuerdos.
No importa lo que pase, el animal se procrea, el árbol
crece y el murciélago come.
Y el hombre en su condición de racional, además razona.
Aunque no tengo muy claro qué es eso de la razón, porque si
es lo que me viene de pronto a la cabeza, empiezo a no entender que es eso de
racional.
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