2022.08.11.
Esta
mañana he salido a la montaña, a fotografiar unas orugas.
El
camino no era malo. Ni bueno. Era un camino con piedras y raíces y con tierra suelta
aliñándolo todo.
Lo
peor es que no tenía pendiente, pero no era llano sino inclinado.
Me
costaba andar porque resbalaba mucho y se me torcían los pies al pisar las
piedras o las raíces que sobresalían, traidoras.
Sí,
me costaba andar, hasta el punto de que llegó un momento en que me alarmé de
tanta pérdida del equilibrio.
Si
apenas hace unas semanas hacía este camino sin ninguna dificultad, ¿por qué me
cuesta tanto ahora?
Verdaderamente
he perdido mucho en muy poco tiempo.
Iba
más atento a lo que veía en el paisaje inmediato de arbustos y cañas que de
otra cosa. Llevaba la cámara fotográfica, pero es muy pequeña y la puedo llevar
incluso en el bolsillo. Eso no me molestaba.
Luego,
en su momento, para hacer las fotos, me eché en tierra.
Ni
en cuclillas ni con equilibrios, que entre el viento que agitaba las ramas y
desenfocaba el encuadre y mi pulso, si encima tenía que estar preocupado por el
equilibrio, no saldría una foto bien.
Al
fin Hice las fotos y algún vídeo con resultados aparentes.
El
camino es corto como las fuerzas, por lo que, una vez cumplido el objetivo,
decido volver a casa.
Y a
la vuelta, ya relajado, mientras ando y tropiezo, pero ya sin otras
preocupaciones, me doy cuenta de que ¡voy con alpargatas, con el pie completamente
suelto!
¡Qué
fastidio, pero qué alegría!
Lo
único que me preocupa es un día salir a la calle en calzoncillos.
Suerte
que aquí la calle es monte y casi nadie se dará cuenta de ello.
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