A Angelines.
Estando en Costa Rica, tuve ocasión de hacer una
pequeña excursión por la selva, con un guía. El paseo consistía en subir a un
collado, desde el que se debía ver una buena panorámica de la selva al otro
lado del monte. Éramos un grupo de quizá diez personas, de la que un servidor
era la de más edad y además llevaba bastón. El bastón es un elemento muy útil,
que desde la antigüedad se ha utilizado por su practicidad y contemporáneamente,
además por su estética. Para los más simples, el bastón es solo un complemento
para andar.
El grupo al que me refiero, estaba formado por adultos
de alrededor de los treinta años, equipados con prendas del Coronel Tapioca,
una tienda similar a la actual Decathlon, pero con más estilo y mejor
calidad. Todos con pantalón corto. El guía que aparece en la foto, es un buen
ejemplo del aspecto del aventurero medio de aquel grupo.
Antes de iniciar el ascenso por una fuerte pendiente
más de barro que de tierra, el guía le dijo al grupo que tenían que templar sus
fuerzas, porque iban con una persona mayor, lo que enfatizó señalándome a mí.
Inicié el ascenso a mi ritmo, procurando asentar
bien los pies para evitar resbalar en el barro y utilizando el bastón como
utilizaba el piolet en montaña. Al poco dejé de ver al grupo.
Subía sin prisas y sin retroceder por resbalones,
hasta que llegue a un sitio despejado desde el que se veía al otro lado una
gran extensión de selva y el meandro de un ancho rio.
Pensé que aquel debía ser el destino pues ya todo bajaba
y no se veía senda clara.
Estuve alrededor de media hora contemplando el
paisaje, hasta que vi aparecer por el sendero de subida, a los primeros
aventureros, renqueantes y entre ellos el guía.
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Desde el cerro. |
Nadie me comentó nada. Pensé que por faltarles el
resuello o sorprendidos por verme allí.
Me sentí divertido por haberles sacado media hora de
camino.
Creo que el guía no me dijo hola al llegar.
Nos reunimos todos allí. ¡Oh que bonito! y
bajamos.
Tuve dos experiencias con los guías costarricenses,
que me confirmaron su gran amor por el dólar, en detrimento por el descuido en
las formas y competencias.
Por lo que a mi intendencia respecta, en aquella
excursión perdí entre el barro, el tope del bastón, que repuse luego sin
problemas ya en Barcelona, pues es una medida estándar, como lo es el propio
bastón.
Tengo otros bastones más elegantes y refinados, pero
son para ocasiones de más protocolo.
Si hay tiempo y humor, en otro momento relataré otra
experiencia divertida con otro guía nativo.