Jazmín brasileño. (Mandevilla
sanderi). |
Este fin de semana he ido a un monasterio de monjas
de clausura, al entierro de una de ellas, nonagenaria.
Llevaba, 61 años rezando en él.
La conocía y me pareció que debía asistir.
No doy ninguna importancia a la muerte en sí, pues
es algo natural por lo que todos debemos pasar.
Doy más importancia, a los efectos colaterales de la
muerte, o a sus secuelas.
Me explico.
Si la persona que se va, tenía a otras
dependientes de ella que quedan desamparadas, eso me preocupa, pues vivimos en
un mundo muy insolidario y egoísta.
No es el caso de la hermana, pues vivía en una comunidad imagino que, con sus defectos, pero presidida por el amor trascendente.
También me afecta la muerte de personas con
allegados que no ven más allá de lo inmediato y perecedero.
Pues esos allegados van a sufrir mucho la ausencia
de su ser querido.
No entenderán nada y sufrirán por la pérdida de esa
tenue corteza.
No es el caso que nos ocupa.
En este caso nuestra hermana vivía rodeada de
personas trascendentes, con el alma puesta en algo que está más allá de la
muerte.
Y por fin, otra cosa que me preocupa, la principal,
es el destino de esa alma inmaterial e intemporal que no muere con el cuerpo, que es materia putrescible y temporal.
La ciencia tiene estudiada la materia y puede explicar
mucho de ella.
Hoy, con la física cuántica, se logra profundizar más.
Eso es bueno.
Pero, ¿qué pasa con eso que la ciencia, el sentido
común y la genética saben que existe, pero no controlan porque no lo saben
medir?
Con la muerte la materia acaba, pero nuestra parte no
material queda fuera del tiempo y del espacio.
¿Qué es de ella?
La humanidad se lo ha preguntado, siempre sin saber
responder.
O sí.
Ya en los neandertales se han observado liturgias
funerarias, elementales, pero indicio de que su naturaleza humana les daba una respuesta
a esa pregunta.
Con el desarrollo de la vida, el hombre ha ido
obteniendo más respuestas y en consecuencia, ha acomplejado esos ritos a medida que aumentaba el conocimiento, al principio sólo intuitivo, de la trascendencia.
Los egipcios ya tenían una verdadera teología de la
muerte, hablando de ¡un juicio final y de un premio y de un castigo a las obras
terrenales de cada individuo!
Almas personalizadas.
Eso me preocupa de la muerte. Paradójicamente, la
vida.
La vida que le ha precedido.
¿Estaba mi hermana, preparada para el viaje?
Probablemente sí.
¿Estará un servidor, preparado para el viaje?
Eso es lo que me importa de la puñetera, e
insalvable muerte.
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