Pirineos centrales. Foto: Concepción. |
Los setenta, fueron años de noviciado a la vida. Las montañas. Todo era limpio y cristalino.
Sigfrido.
En los ochenta, ya lejos de las cimas, a ras de agua, empezó el libro de caballerías.
Quijano.
En los noventa acabó el libro de caballerías, en el que nuestro hombre había luchado contra molinos de viento y otros mil desvaríos.
En los dos mil, acabó la tragedia griega, en la que nuestro protagonista intentó redimir los desastres creados en su loca aventura.
Lohengrin.
Pero bien sabían los griegos que la vida es cruel y
no perdona,
por lo que remediar desastres no siempre es posible.
Julieta.
Y aquí nos encontramos, buscando un epitafio para el protagonista de esta aventura; la vida de un aborto, que nació con muy buena salud.
Y no habiendo sido un aborto, ni habiendo nacido con muy buena salud, no se me ocurre otro epitafio, que el de;
un hombre que quiso ser bueno y no supo serlo.
Hasta aquí lo que ha sido.
Lo que será, está por ver.
No es natural ni prudente intentar predecir lo que no está en nuestras manos saber.
Mas el final, que es común a todos.
Abajo reproduzco la página 6, que aparece en cada uno de los volúmenes de la obra, canto al Creador, no para presumir, sí no para retratar.
Si pusiéramos fechas en los eventos y llenáramos
huecos con eventos significativos que faltan, tendríamos acotadas estas partes
de la vida nuestro metafórico héroe.
Héroe no por heroicidad si no por protagonista.
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