Atardecer sobre el Tibidabo (Barcelona). Foto: Antonio Asensi. |
Es
cierto que hace cuatro mil años, en el antiguo Egipto, el oeste era el mundo de
los muertos, el fin de algo.
Pero
luego, una cultura más profunda acabó con este mito y la muerte dejó de ser el
fin de nada, para convertirse en el principio de algo apasionante.
Esta
nueva cultura daba a la edad un valor añadido.
Igual, pero
con otros valores, ocurría en el extremo oriente.
El
poder de la comunicación que existe hoy, nos quiere vender una cultura de
mercadillo, que vuelve al oscurantismo egipcio de equiparar el atardecer con el
fin de una vida.
Esto es malo, porque amplía el saco de personas socialmente excluidas, saco en el que se encuentran disminuidos físicos y psíquicos y ahora, además, los ancianos.
Es evidente que los disminuidos tienen un papel
importante en la creación de la sociedad moderna, como lo tienen los ancianos.
Esa cultura que presenta el atardecer como el fin de algo, que incluye en eso
la disminución y la ancianidad, es retrógrada, cruel y cateta.
El
ocaso además de ser una imagen plástica bella, intelectualmente es una imagen
que representa futuro y creatividad, serena y pacífica.
La
vejez da libertad al alma, para que se exprese libre de las pasiones que tiene
en la juventud.
La vejez, macerada en una juventud y madurez de estudio y reflexión, es el tiempo ideal del ser humano.
Cuando sea mayor, quiero ser viejo.
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